En 2009, un hongo microscópico hasta entonces desconocido fue identificado en Japón en una paciente con otitis externa. Bautizado como Candidozyma auris (o Candida auris), su nombre alude al oído (auris en latín), pero su impacto va mucho más allá de una simple infección localizada. En poco más de una década, este hongo se ha convertido en una amenaza global para la salud pública debido a su resistencia a los tratamientos antifúngicos, su capacidad de persistir en ambientes hospitalarios y su alta mortalidad en pacientes vulnerables.
Candidozyma auris no es un patógeno común. A diferencia de otras especies de Candida que habitan en la microbiota intestinal, este hongo coloniza la piel, desde donde se propaga fácilmente a través del contacto directo, contaminando ropa, suelos y equipos médicos. Su resistencia a condiciones adversas, como la desecación, y su capacidad para sobrevivir semanas en superficies lo convierten en un enemigo formidable en entornos hospitalarios. Erradicarlo requiere medidas extremas, como limpiezas intensivas con productos clorados, luz ultravioleta o vapor de peróxido de hidrógeno, además de estrictas prácticas de higiene.
Lo más alarmante es su resistencia a los antifúngicos convencionales, como el fluconazol, la anfotericina B y, en menor medida, las equinocandinas. Esto complica el tratamiento de las infecciones, que pueden ser mortales, especialmente en pacientes inmunodeprimidos. Cuando Candidozyma auris penetra en heridas quirúrgicas o en la sangre a través de dispositivos intravenosos, puede causar candidiasis graves, afectando órganos vitales como el corazón (endocarditis, miocarditis), los huesos (osteomielitis) o el cerebro (meningitis). La mortalidad en estos casos supera el 30%.
Según el último informe del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), publicado el 11 de septiembre de 2025, Candidozyma auris se propaga a un ritmo alarmante en Europa. Hasta 2023, se han registrado 4012 casos de candidiasis y colonizaciones en la Unión Europea, con España (1807 casos), Grecia (852) e Italia (712) como los países más afectados. Solo en 2023, se reportaron 1346 casos en 18 países, con brotes recientes en Chipre, Francia y Alemania, y un nivel de endemia en regiones de España, Grecia, Italia y Rumanía.
España fue el primer país europeo en notificar un brote hospitalario en 2016, en el Hospital Universitario y Politécnico La Fe de Valencia, un brote que aún persiste. Según el microbiólogo Javier Pemán, “las infecciones siguen concentrándose en los mismos servicios y hospitales, pero la mayor concienciación y los protocolos de vigilancia han permitido aplicar medidas de control más tempranas”.
Las micosis, infecciones causadas por hongos microscópicos, matan cada año a más de 1,5 millones de personas en el mundo, superando la mortalidad de enfermedades como la tuberculosis o la malaria. Sin embargo, Candidozyma auris representa un desafío adicional debido a su resistencia y dificultad de diagnóstico. Las técnicas convencionales no son suficientes, y se requieren métodos moleculares que no todos los laboratorios tienen. Además, los sistemas de vigilancia epidemiológica son limitados: solo 17 países europeos cuentan con un sistema nacional de monitoreo, y 15 tienen directrices específicas para la prevención y control de estas infecciones.
Esto sugiere que los casos reportados son solo “la punta del iceberg”. La incidencia real podría ser mucho mayor, especialmente fuera de los hospitales, donde la detección es aún más complicada.
La rápida expansión de Candidozyma auris no es casual. Los científicos apuntan al cambio climático como un factor clave. Este hongo termotolerante ha sabido adaptarse a temperaturas más altas, superando la barrera de endotermia que protege a los mamíferos de muchos hongos debido a su elevada temperatura corporal. Se cree que Candidozyma auris pudo originarse en ambientes naturales, como marismas, y haber saltado al entorno humano a través de aves migratorias, pequeños mamíferos o actividades humanas. Su presencia en muestras de playas, piscinas, polvo atmosférico, perros y anfibios refuerza esta hipótesis.
Los estudios genómicos han identificado seis linajes distintos de Candidozyma auris, cada uno con diferente virulencia y resistencia a los antifúngicos. Sin embargo, la globalización y los desplazamientos humanos han facilitado su dispersión por todo el mundo.
El auge de Candidozyma auris pone en evidencia la necesidad urgente de avanzar en su estudio y control. La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó en 2022 a este hongo en su lista de patógenos prioritarios, reclamando más recursos para su diagnóstico y tratamiento. Entre los retos están desarrollar métodos de diagnóstico más rápidos, nuevos fármacos antifúngicos y, eventualmente, vacunas. Mientras tanto, la prevención sigue siendo clave: una vigilancia estricta, medidas de higiene rigurosas y una mayor concienciación son esenciales para frenar esta amenaza silenciosa.