El tiempo no corre en el precioso patio de estilo español del Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda, en el corazón de la ciudad de Córdoba.
La imagen de la cúpula o cimborrio de la Catedral sigue siendo la misma que en el siglo XVIII. Es un secreto a voces; allí está, accesible.
En pocas manzanas alrededor de la antigua Plaza Mayor o plaza de armas (hoy San Martín), se descubren huellas artísticas, históricas y patrimoniales, pero hay que saber encontrarlas. Para ello, el sacerdote Carlos Ponza realiza una vez al mes un recorrido histórico-espiritual por sus calles, museos y templos.
El circuito comienza en la plaza que desde su fundación se erigió como centro económico, social, civil y político de la ciudad. Enfrente se ubican dos de las instituciones fundamentales de la colonia: el Cabildo y la Iglesia Matriz, luego Catedral. Ambas están separadas por el pasaje Cuzco, hoy llamado Santa Catalina, la única calle del trazado primitivo que queda en Córdoba.
En el centro de la plaza se encontraba la picota, alrededor de la cual se leían los decretos del rey de España, se ajusticiaba a los delincuentes y la gente se informaba y hacía sociales. Era el pulmón social de la ciudad.
Para comprender el contexto, Ponza explica que desde sus orígenes Córdoba fue católica. En su trazado en forma de damero se destinaron manzanas completas a la espera de la llegada de las órdenes religiosas.
Los franciscanos fueron los primeros en arribar en 1575, dos años después de la fundación. Les siguieron los mercedarios, los jesuitas y, por último, los dominicos. “En 40 años de fundada la ciudad, las principales órdenes religiosas estaban en Córdoba”, resume Ponza.
La presencia de los jesuitas fue clave para el destino de los cordobeses. En su proyecto evangelizador para América, abrieron la casa provincial, el noviciado y la casa de estudios, germen de la universidad, por entonces la única en la región.
CARAFFA EN LA CATEDRAL
La iglesia matriz fue construida en diversas etapas, dirigidas por arquitectos jesuitas con la ayuda de los franciscanos. Es barroca, un estilo que el padre Ponza define como “teatral, sinuoso, ondulado, de subidas y bajadas”.
En la cúpula con volutas y giros se percibe la mano de obra indígena y su visión del mundo. En las esquinas de los campanarios los ángeles tienen trompetas, pollera de plumas, botas y calzas.
La construcción duró dos siglos, y la arquitectura refleja el paso del barroco al neoclásico, a las figuras rectilíneas. El tímpano o frontis recuerda a los templos griegos. Es una verdadera joya con algunas curiosidades.
La preciosa puerta de roble tallado, por caso, pertenecía a los jesuitas, que fueron expulsados de todas las colonias en 1767 por orden del rey de España a causa de razones políticas.
La decoración de estilo palaciego, tal como se la observa hoy, comenzó a principios del siglo XX de la mano del genial artista catamarqueño Emilio Caraffa junto a pintores italianos.
Caraffa se casó con una de sus alumnas, María del Carmen Garzón, hija de una reconocida familia local. Un dato que no es menor. “El matrimonio le abre la puerta a la elite de la sociedad cordobesa y al mundo político”, explica Ponza.
El artista pinta La Iglesia triunfante en óleo sobre lienzo adosado luego en el techo. En el friso aparecen la gloria celestial, la cruz, la Virgen, santo Domingo, san Francisco y otros personajes como Dante Alighieri y un ángel con una mandolina. Pero eso no es todo. En la parte inferior, a la derecha, se observa una pareja: Caraffa y su esposa. “En esta escena de la glorificación de la Iglesia, Caraffa quiere pintar su propia glorificación. Están los santos, los que vencieron, los más importantes y también aparecen él y su mujer”, detalla el sacerdote. Sin dudas, hay un mensaje social.
El púlpito es una hermosura. Allí predicó fray Mamerto Esquiú (enterrado en la Catedral) y el santo cura Brochero mientras fue canónigo en este templo.
A pocos metros de la iglesia, hoy cruzando la calle San Jerónimo, se encuentra la casa de los Tejeda, una de las principales familias fundadoras de la ciudad. “Era una sociedad piramidal; el vivir más cerca o más lejos de la plaza indicaba la clase social”, recuerda Ponza.
Perteneciente a esta familia fue Leonor de Tejeda, fundadora en 1613 del primer monasterio femenino de la actual Argentina puesto bajo el patrocinio de santa Catalina de Siena. Y, más tarde, en 1628, su hermano Juan de Tejeda y su esposa Ana de Guzmán fundaron en su solar familiar el primer monasterio de carmelitas descalzas del país.
Desde 1968 funciona allí el Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda, donde se encuentra el llamado “tesoro” artístico de la Catedral. Es el museo de este tipo más importante del país.
LOS JESUITAS
Los jesuitas instalaron en Córdoba la casa provincial de lo que denominaban la provincia del Paraguay. Parte de su legado se encuentra en la manzana jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad (año 2000). La Unesco destaca no solo su valor artístico, sino el proyecto original en conjunto, único en América Latina, que incluía un complejo de estancias productivas para sostener toda la misión, incluida la universidad.
“Era el pulmón evangelizador en toda la región”, refiere Ponza.
Una joya especial de la manzana es la Capilla Doméstica dentro de la residencia jesuítica. Entre los años 1990 y 1992, Jorge Bergoglio vivió en el cuarto número 5, cuya ventana está señalada por una placa ubicada en la peatonal de la calle Caseros.
La Compañía de Jesús parece externamente una fortaleza, pero por dentro es una hermosura barroca. El techo fue realizado con la técnica que se utilizaba para construir las quillas de los barcos.
A cada lado de la nave central, hay una capilla. Una estaba destinada a los naturales (indios, mestizos, esclavos) y otra a los españoles, que hoy se utiliza como Salón de Grados de la Universidad Nacional de Córdoba.
Los jesuitas daban los ejercicios espirituales a los que acudían todos los cordobeses. Ponza dice que, durante esas tandas, la ciudad casi se detenía para rezar. Con la expulsión de la orden (que pudo regresar definitivamente en 1853), la santiagueña María Antonia de Paz y Figueroa –conocida como “la Mama” Antula– se encargó de esta tarea. Por primera vez en la historia, los esclavos y mulatos participaron en igualdad de condiciones que los españoles.
“Cuando nuestros próceres inspirados en la Revolución Francesa proclamaron igualdad, libertad y fraternidad, la Mama Antula lo venía inculcando y realizando desde hacía tiempo, inspirada en el evangelio”, dice Ponza.
PIONEROS
En el hoy Museo José de San Alberto vivieron los Duarte Quirós, comerciantes portugueses –probablemente judíos conversos–, que tuvieron un solo hijo: el sacerdote Ignacio Duarte Quirós, que estudió en la universidad. Agradecido a los jesuitas, donó la casa paterna para la construcción de un convictorio para los estudiantes varones que llegaban de todo el país. El pensionado estuvo bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Monserrat. Era la semilla de lo que un siglo después sería el Colegio Nacional de Monserrat.
En el patio de esa casa –donde antiguamente funcionó la primera imprenta del virreinato– hay una escultura que recuerda al español obispo de Córdoba José Antonio de San Alberto, que al llegar desde su país le llamó la atención la cantidad de analfabetos y niños sin familias. Por tal motivo, pidió al virrey que le permitiera utilizar el convictorio de Monserrat para albergar y educar a los más desprotegidos: las niñas huérfanas.
Fundó, así, el Colegio de Niñas Huérfanas Santa Teresa de Jesús, la primera escuela femenina del Virreinato del Río de la Plata.
QUIÉN ES CARLOS PONZA
El sacerdote Carlos Ponza fue formador en el Seminario Mayor de Córdoba. Es licenciado en Teología Espiritual y licenciado en Historia de la Iglesia.
Colaboró en las causas de canonización de José Gabriel Brochero, Fray Mamerto Esquiú, Madre Tránsito Cabanillas, Sor Leonor Ocampo y la Hermana Pura Olmos.
Es autor del libro en dos volúmenes Córdoba, tierra de Santos. Vidas y lugares de la ciudad marcados por la fe.