Habrá que buscar en las mayores tragedias de la historia argentina para intentar al menos arrimarnos a la dimensión de lo que implica la masacre que, año tras año, provoca el consumo de tabaco en nuestro país.
Las cifras son escalofriantes. Cada año, mueren más de 45 mil personas a causa del consumo de este producto, tiempo en el que también se diagnostican unos 226 mil nuevos casos de enfermedades vinculadas con el cigarrillo.
Veneno. Puro y duro. Caro y, además, adictivo.
Una insólita costumbre que la especie humana se permitió volver masiva durante el siglo XX y que ya avanzado el siglo XXI está lejos de entrar en retroceso, aunque se piense que es así.
NADA QUE LO FRENE
“A pesar de décadas de esfuerzo en el control del tabaco, fumar sigue siendo una de las principales cargas para la salud y la economía”, señala un grupo de científicos argentinos en la conclusión de su paper publicado el año pasado en la prestigiosa revista científica Tobacco Control.
Los autores están nucleados en el Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria (IECS), una entidad académica afiliada a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ellos remarcan que la maldición del tabaco “implica pérdidas de más de 5300 millones de dólares en el sistema de salud argentino”, lo cual representa el 1,3 por ciento del PBI.
Basta asomarse a estas cifras para darnos cuenta de que se trata de un escenario catastrófico solo imaginable por comparación. El diario El País de Madrid coteja las cifras mundiales de muertes por el tabaco con las siempre estremecedoras noticias de la caída de un Boeing 747.
Usando esa misma figura, podríamos concluir que las muertes de argentinos a causa de tabaco equivaldrían a un Jumbo colmado estrellándose cada cuatro días, sin sobrevivientes. Así, durante todo un año. Y a nadie parece movérsele un pelo.
EL PIONERO
Está claro que no es fácil combatir esta absurda costumbre de los seres humanos que implica muerte para muchos y fortunas para pocos.
En la Argentina, uno de los pioneros en dar esta batalla fue Ángel Roffo, médico, investigador y promotor incansable de la salud pública. Estuvo entre los primeros en el mundo en consagrar la vida a acumular evidencias experimentales del vínculo entre el cigarrillo y el cáncer. De labor incansable, murió en 1947 sin el suficiente reconocimiento.
Roffo vio y anticipó también las razones por las cuales fracasaban los intentos de frenar este consumo, según lo reseñan sus biógrafos Diego Armus y José Buschini en un trabajo publicado en 2019. El fracaso de las iniciativas antitabáquicas durante gran parte del siglo XX “fue en gran medida el resultado de las eficaces acciones de tres actores clave: las compañías tabacaleras, las provincias productoras de tabaco y los organismos del Estado nacional a cuyo presupuesto iban los impuestos a la venta de cigarrillos”. Cóctel fatal que hasta el día de hoy continúa.
¿MUCHO O POCO?
La crudeza de esta tragedia dista bastante de cómo la contempla el común de los argentinos. Probablemente, la mayoría de las personas responderían que ha bajado el consumo en los últimos tiempos y que la moda del cigarrillo quedó atrás.
Se trata de una verdad a medias. En la actualidad, los argentinos consumimos una media de 41 paquetes por año por persona. ¿Es mucho o poco?
Poco si se lo compara con el pico de consumo en la historia argentina, registrado en 1981, año en el que cada argentino consumió 78 atados en promedio. Desde entonces, ha comenzado a descender hasta situarse en 41, cifra que más o menos se ha mantenido en los últimos ocho años.
O sea: bien, pero se ha estancado. Y se ha estancado en un número todavía alto, con una tendencia que pareciera dibujar cierto “rebote”. Entonces concluimos que es mucho.
¿Por qué rebotó? Básicamente por las estrategias de mercado de los principales actores que pujan por el consumidor argentino, donde hace solo siete años dos grandes multinacionales (Philip Morris y British American Tobacco) se quedaban con nueve de cada diez cigarrillos vendidos. Hoy apenas arañan el 60 por ciento de la torta.
Entre medio ingresaron actores locales del segmento pyme, capitaneados por Tabacalera Sarandí, que comenzaron a disputar mercado sobre la base de competencia por precios y un agresivo lobby para esquivar el pago de parte de los impuestos (que en la actualidad llega al 76 por ciento de carga tributaria).
Ello obligó a las multinacionales a bajar también sus precios, haciendo que en este caso la libre competencia lejos estuviera de beneficiar al consumidor. Todo lo contrario.
De hecho, el cigarrillo es el único producto de consumo masivo cuyo precio de venta ha perdido decididamente contra el salario, toda una rareza. Los números son categóricos: según el índice de asequibilidad (la cantidad de paquetes de cigarrillos que se pueden adquirir con un salario promedio), mientras a inicio de 2019 alcanzaba para 534 atados, en julio de 2023 se podían comprar 898.
Para dimensionar lo que ha representado esta tendencia en los diferentes estratos sociales, basta asomarse a las cifras recientemente presentadas por el Ministerio de Economía, al trazar una serie histórica del consumo de estos productos en nuestro país.
En el año 2005, la diferencia entre el valor de los cigarrillos de menor precio y los de mayor era de 3,1 veces. Pero la gran mayoría de los consumidores se inclinaba por los de calidad, al punto que estos congregaban siete de cada diez cigarrillos que se vendían.
En marzo de 2024, la situación era completamente diferente. La etiqueta de mayor valor costaba 23 veces más que la más barata. Pero el consumo se desplazó hacia las marcas de precio bajo y medio bajo, que se llevaban seis de cada diez cigarrillos vendidos. Los de segmento premium representaban solo el 3 por ciento del mercado. Lectura inmediata: el tabaco es ahora consumido mayormente por segmentos más bajos de la población, mientras el ABC1 lo ha ido dejando.
La consecuencia de este fenómeno y de esta pelea por el mercado sobre la base de los precios no ha sido buena. Ni en lo fiscal ni en lo sanitario. En lo fiscal no, porque buena parte de los impuestos está atada al valor de venta. Si a valores constantes un atado cuesta menos, menores serán los ingresos para el Estado. De hecho, sucede así. Y en lo sanitario tampoco, porque esta evolución hizo que se estancara la caída en el consumo, con el agravante de que creció en los sectores de menores ingresos.
CÓMO DAR LA BATALLA
Ariel Bardach es magíster en Epidemiología, doctor en Medicina y director del Centro de Investigación en Epidemiología y Salud Pública (CIESP), una unidad ejecutora del Conicet dentro del IECS. También es uno de los autores del trabajo citado al inicio de esta nota.
Desde el organismo que conduce vienen insistiendo desde hace años en cuatro puntos centrales.
1. Aumentar los impuestos sobre el cigarrillo (sostienen que es la medida más efectiva para controlar el consumo de tabaco).
2. Aplicar el empaquetado plano (con advertencias sanitarias y sin colores ni tipografías de las marcas).
3. Prohibir la publicidad, la promoción y el patrocinio de productos con tabaco.
4. Implementar una política de ambientes libres de humo en espacios cerrados.
Quizás la parte impositiva sea la que más polémica genera, porque necesariamente se traslada al precio. Pero Bardach ataja cualquier crítica y afirma: “Cuando se aduce que el Estado recauda actualmente por los impuestos de la venta de cigarrillos, hay que considerar que ese monto representa apenas 25,4 por ciento del total de los costos médicos directos que demanda la atención de los pacientes que se enferman por su consumo. Es un pésimo negocio, no solo desde el punto de vista económico, sino también sanitario y social”, reflexiona ante la consulta de Convivimos.
Es decir que lo que se recauda de impuestos cubre solo un cuarto de lo que gasta el Estado en atender las consecuencias de su consumo.
Por eso Bardach insiste en esa alternativa. “En la Argentina los costos de atención de las enfermedades provocadas por el tabaquismo representan el 7,6 por ciento del total del gasto en salud, monto que podría reducirse si aumenta el impuesto a los productos de tabaco”. Así, apunta a un doble beneficio: incremento de recaudación fiscal para cubrir una parte mayor de los costos que genera el tabaco, y el principal, el desincentivo del consumo vía aumento de precios.
¿Se volverá a abrir alguna vez ese debate? No parece estar en la agenda pública.
Mientras tanto, ese Jumbo sigue estrellándose sin sobrevivientes, cada cuatro días, y el humo continúa envenenándonos sin que hagamos nada.
CONSECUENCIAS EN LA REGIÓN
Los profesionales del IECS coordinaron un trabajo de investigación con sus pares de ocho países de la región para elaborar el Mapa del Tabaquismo en Latinoamérica. El estudio congrega datos de Argentina, México, Costa Rica, Chile, Colombia, Brasil y Ecuador. Los resultados son devastadores:
• 351.000 muertes cada año.
• 14 por ciento de todas las muertes son atribuibles a este consumo.
• 2,25 millones de enfermedades (EPOC, enfermedades cardiovasculares, cáncer de pulmón y otros, ACV y neumonías, las principales).
• 12,2 millones de años de vida saludable perdidos.
• 22.800 millones de dólares en costos médicos directos.
• 16.200 millones de dólares en pérdida de productividad.
• 10.800 millones de dólares en costos de cuidadores.