En el año 2012, un equipo de biotecnólogos del CONICET del Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos (IPROBYQ) en Rosario, decidió aplicar su conocimiento al servicio de la industria del biodiesel. Argentina era uno de los principales exportadores del mundo de ese combustible hecho a partir de materia orgánica, pero existía un problema que complicaba al sector: el producto no tenía la misma calidad que el petróleo. Tenía un sedimento. A los científicos del CONICET se les ocurrió probar si podían quitar ese sedimento a través de enzimas. Así nació Keclon: una Empresa de Base Tecnológica del CONICET que hoy exporta enzimas a Europa, Brasil y en breve lo hará a Estados Unidos.
Explica la información dada a conocer por el CONICET que “las enzimas son moléculas invisibles al ojo humano –proteínas que miden unos cinco nanómetros de tamaño-, y cumplen funciones cruciales en todos los seres vivos: en los seres humanos, se encargan de cosas como la descomposición de los alimentos que se consumen o de la coagulación de la sangre. Aplicadas a la industria, pueden servir, por ejemplo, para aumentar rendimientos de producción reduciendo a la vez los residuos generados”.
“Cuando buscas una solución tecnológica para un problema, desarrollarla rápido es clave, para capturar su valor en una patente antes que lo haga otro. Si desde el sector privado te financian un desarrollo, es una gran validación: significa que el problema existe, tiene un costo definido y alguien está dispuesto a pagar para resolverlo”, reconoce Hugo Menzella, director del IPROBYQ y uno de los artífices de Keclon, que en 2012 obtuvo financiamiento para, en un lapso de dos años, desarrollar una enzima sintética que emulara a las de la naturaleza y sea capaz descomponer los sedimentos que se encontraban en el biodiesel que se producía en Argentina.
Trabajaron muchas horas por día y lo lograron en seis meses. Pero ocurrió algo en simultáneo: la legislación del biodiesel en Argentina cambió –el Estado impuso restricciones-, y eso motivó una caída abrupta en la producción: de cuatro millones de toneladas que se producían por año, el país pasó a producir menos de un millón. Fue entonces cuando apareció la empresa Molinos Agro y les planteó a los científicos que integraban Keclon un nuevo desafío: que los ayuden a bajar el costo de refinamiento del aceite de soja. La idea era aplicar la tecnología de las enzimas de Keclon para purificar ese aceite. “Cuando se procesa la semilla se obtiene aceite crudo: le tenés que sacar las impurezas para refinarlo. En ese proceso se pierde aceite que es arrastrado por las impurezas, las cuales causan un impacto ambiental. Nuestras enzimas podían reducir el residuo y liberar el aceite retenido, aumentando hasta un 2,5 por ciento la productividad”, explica Menzellla.
“¿Es mucho? Argentina tiene capacidad instalada para producir diez millones de toneladas de aceite de soja, un 2,5 por ciento adicional eran doscientas cincuenta mil toneladas adicionales, a expensas de reducir impacto ambiental. En ese momento la tonelada de aceite de soja costaba dos mil dólares. Es decir que un único producto podía traer al país quinientos millones de dólares y reducir a la vez el impacto ambiental”, apunta el científico.
Ese logro, aclara, no fue producto de la inspiración de cuatro tecnólogos, sino un logro colectivo de muchos años de trabajo. “El know-how de Keclon nació del esfuerzo del Estado, por el CONICET, y creció porque inversores privados confiaron en CONICET”. De hecho, uno de los inversores de Keclon fue el propio Molinos Agro.
Francisco Colombatti fue líder de proyecto de un equipo de Innovación y Desarrollo de Molinos Agro y recuerda que “Keclon nos acercó una solución enzimática primero para la fabricación de biodiesel y después para la primera etapa de la refinación del aceite con una calidad comparable a la que nos daban empresas de primer nivel oriundas de países de Europa o Japón, pero a un costo mucho menor, más competitivo. Nos ofrecieron un muy buen producto y a un muy buen precio. Desde ese momento, Molinos, una de las empresas con mayor procesamiento de soja del mundo, se convirtió en un cliente de Keclon y también en un inversor de su empresa”.
A partir de erigirse como proveedor de Molinos Agro, Keclon no paró de crecer: en 2021 se instaló en una planta automatizada de última generación en la localidad santafesina de San Lorenzo, con una capacidad de fermentación de 65 mil litros. Hoy, cuenta con unos ochenta empleados, muchos de ellos científicos formados por CONICET, que desarrollan diariamente tecnología de punta a nivel global para diversas industrias. Producen toneladas de enzimas y las venden al sector alimenticio, al aceitero, de biocombustibles, cosmética y biomedicina.