¿Por qué es importante que la escuela involucre a los padres en la educación de sus hijos? Claves de una relación que incide de manera directa en las trayectorias educativas.
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Se sabe desde hace tiempo que la educación es como una mesa de tres patas –el alumno, la escuela y la familia– que se impulsa con un trabajo en conjunto, participativo y con verdadero involucramiento. Cuando esto ocurre, el éxito académico y el crecimiento personal son notables.
Sin embargo, pese a que el acompañamiento familiar contribuye a desarrollar el máximo potencial del alumnado, en la práctica resulta difícil construir ese vínculo. ¿De qué manera debe la escuela involucrar a las familias? ¿Qué ocurre cuando la comunicación falla?
Laura Lewin (IG: @lauralewinonline), capacitadora y especialista en educación, considera que cuando la escuela es inabordable y a los padres les cuesta acercarse, se corre el riesgo de que se expresen por todos los medios disponibles: una nota en el cuaderno de comunicados, los grupos de WhatsApp o los dimes y diretes en la entrada del establecimiento. “Es decir, lo que no les permitimos decirnos en la cara lo dirán a nuestras espaldas”, dice a Convivimos.
El psicólogo mendocino Marcelo Pablo, magíster en Psicoanálisis y Educación, considera redundante preguntarse si las escuelas deben involucrar a las familias, porque la educación de los hijos corresponde en primer lugar a los propios padres. “Lo que la escuela debe hacer es integrarlos en ese proceso más formativo que la escuela propone, para que en una unidad de criterios y de acción el niño pueda recibir lo mismo, tanto de los padres como de la escuela”, sostiene. En otras palabras, escuela y familia deben pararse en la misma vereda.
“La escuela y la familia son dos estructuras o grupos que han modificado sus modos de relación, sentido y funciones. Lo que sí es claro es que la escuela sola no puede educar”, plantea Laura Castillo, licenciada en Ciencias de la Educación y directora de la consultora Educativa Global (web: educativaglobal.ar). La familia tampoco puede hacerlo en solitario. “La relación entre ambas organizaciones es dinámica, fluida, móvil, y se remite a acuerdos y desacuerdos explícitos o implícitos”, agrega.
En la práctica, ese vínculo suele ser complejo, porque todavía hoy a veces se arrastran modos tradicionales de comunicación.
En este sentido, Lewin refiere que es común que la escuela convoque a las familias casi exclusivamente para abordar cuestiones relacionadas con el desempeño o para invitarlas a actos u otros eventos.
“La colaboración debe ser genuina, responsable y sostenida en el tiempo”.
Laura Lewin
“Muchos padres, cuando ven en sus celulares una llamada del colegio, sienten que se les hunde el corazón. Y con razón: la mayoría de las veces este llamado es para informar acerca de un tema de salud de los chicos o un accidente en la escuela”, subraya.
Y agrega que es necesario alentar otro tipo de encuentros con las familias. “¿Por qué, por lo general, se contacta a la familia solamente cuando se trata de abordar un problema y no para conversar, por ejemplo, sobre los logros de los chicos? ¿Qué pasaría si en lugar de acercarse a la escuela solo cuando se trata de las notas, los padres lo hicieran para conocer el desempeño de sus hijos en otros aspectos de la vida institucional, como por ejemplo si están bien integrados, si los extrañan cuando faltan, si suelen ayudar a sus docentes o a sus compañeros, si juegan felices en los recreos, si participan activamente de las propuestas que se les hacen?”, reflexiona.
Laura Castillo plantea que las familias deben acompañar la trayectoria escolar, prever tiempos, rutinas y recursos, valorar el esfuerzo de sus hijos, alentarlos, dialogar sobre lo que sienten y esperan de la escuela, motivarlos a una mayor participación en la vida estudiantil y demostrar confianza en el colegio. De esta manera, insiste, podrán resolver sus tensiones y planteos en el marco de cierta certidumbre. “Si los padres dudan de la escuela, difícilmente los hijos asistirán con confianza y tranquilidad”, opina.
Lewin remarca que los cuidadores construyen el pilar sobre el cual se apoyan los valores. “El respeto es clave para aprender. Si una familia critica el trabajo de un docente delante de sus hijos, ¿cómo hace ese alumno para aprender de alguien que no está legitimado en el cargo por su familia, alguien que no se ha ganado su respeto? Si una familia no trabaja aspectos básicos con sus hijos, como el compromiso, la responsabilidad o el respeto, ¿significa que asume que eso le corresponde a la escuela?”, se pregunta.
Marcelo Pablo opina que el trabajo en conjunto se logra cuando queda en claro que las familias confían en la escuela como una aliada para trabajar aspectos específicos de la formación de los chicos. “Implica el respeto mutuo, el poder darle a cada uno la identidad, el rol y la función que le corresponde, y apoyar desde el lugar de padre aquello que la escuela está solicitando, está pidiendo y está exigiendo para sus hijos”, considera el profesor en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Laura Lewin apunta que cuando las familias trabajan junto con la escuela, los alumnos reciben apoyo y más y mejores recursos para alcanzar sus objetivos. Pero para que la relación sea fructífera, esa colaboración debe ser “genuina, responsable y sostenida en el tiempo”.
Castillo coincide en que el acompañamiento familiar es clave en las trayectorias educativas. “No es que las familias necesiten saber sobre los contenidos escolares, las familias deben acompañar en el sostén, el sentido y el valor de la escuela desde la presencia, la palabra y las experiencias que sustenten las condiciones de vida de nuestros niños, niñas y adolescentes en el vital derecho de aprender”, subraya.
IDEAS PARA VINCULARSE
Marcelo Pablo dice que la familia puede implicarse desde su propia identidad en la marcha de las actividades escolares respetando, a su vez, la identidad de la escuela. El involucramiento puede realizarse en varios estratos, desde actividades recreativas hasta la participación de los espacios formativos con intercambio de experiencias. “Lo importante es la claridad y la distinción entre estos niveles de implicancia de la familia para que no se mezclen ni se confundan”, remarca.
“Si los padres dudan de la escuela, difícilmente los hijos asistirán con confianza y tranquilidad”.
Laura Castillo
Lewin pone sobre la mesa sugerencias para lograr esa acción mancomunada. Una es analizar cómo es la comunicación, de qué manera la escuela tiende puentes con la familia. ¿Se hace de manera respetuosa, cálida y cuidadosa?, se pregunta. Otra es saber que el respeto genera confianza y que es necesario mejorar los puntos de contacto con las familias, a través de clases abiertas, celebraciones, reuniones, la presencia de la directora en la puerta de la escuela o un llamado telefónico. Eso, dice, genera impacto.
La autora del libro Que enseñes no significa que aprendan propone también ofrecer “recetas para el éxito” a través, por ejemplo, de una sección en el blog del colegio donde se compartan ideas para conseguir ciertos logros.
Lewin cree que las escuelas para padres, con charlas de buenos oradores y con información de calidad, son necesarias para abordar temas relacionados con la estimulación del desarrollo emocional de los chicos, con cómo incentivar el interés o con el abuso de sustancias.
Compartir recursos, sostiene la experta, es una manera sencilla de acercamiento. Esto se puede concretar poniendo a disposición de las familias juegos de mesa, libros o links de materiales de interés y tutores para quienes necesiten más apoyo o quieran profundizar algún tema.
La entrega de deberes cooperativos que sean interesantes y con algunas tareas opcionales para trabajar con los padres y las “llamadas sorpresa” para compartir noticias gratas son otras posibilidades para mejorar la comunicación y, por ende, el desempeño de los estudiantes.