La vida de las abejas es intensa. Estos insectos extremadamente sociables son claves para la preservación del planeta y para la producción de los alimentos que consumimos. Un vuelo sobre sus tareas y los riesgos que corren.
Fotos: IStock
Son pequeñitas. Son simpáticas. Son laboriosas. Son organizadas. Son fundamentales.
Difícilmente pueda pensarse en un animal que se asemeje a las abejas, responsables de buena parte de la vida en nuestro planeta.
Presentes en todos los continentes, con excepción de la Antártida, las abejas son las claves para la polinización de unas 170 mil especies de plantas. Sin ellas, esos seres vivos simplemente no se reproducirían.
Tan importante es el rol que desempeñan que se estima que polinizan casi tres cuartas partes de los alimentos que se producen en el planeta. Y todo se resuelve en esa inagotable labor de ir de flor en flor.
Pese a que son más de 20 mil las especies identificadas hasta el momento, cuando hablamos de “abejas” solemos aludir a la apis melifera, la más conocida y, “por lejos”, la más difundida. Esto también hace que sea “la de mayor relevancia en la polinización, tanto de cultivos como de forestaciones o especies nativas, naturalizadas o rurales”.
La definición viene de Diego Blettler, magíster en Ciencias Agropecuarias y docente de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
Hace dos años, junto a su equipo de investigación, publicó el trabajo “Abejas y cultivos de soja”, en el que recorre la labor y la responsabilidad de estos insectos en lo que es el principal cultivo del continente.
Desde sus primeros párrafos, ese trabajo (desarrollado por el Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción de Diamante, Entre Ríos) es claro al señalar que las poblaciones de estos valiosos insectos “acusan inequívocos signos de deterioro, el cual afecta tanto a ecosistemas silvestres como los agroecosistemas”.
ALERTA AMARILLA
La palabra “deterioro” debe leerse como una alerta. Lo que están diciendo los científicos es que se están verificando reducciones en la población de las abejas, y que esto inevitablemente traerá consecuencias.
Pero ¿por qué hay menos abejas?
Las explicaciones no son unívocas. Parece más bien una confluencia de desencadenantes, aunque con una fija: siempre está el ser humano por detrás.
En general, los expertos culpan a los agrotóxicos, que comprenden a los pesticidas, herbicidas y fertilizantes. “Estamos metiéndole a la tierra sustancias que están afectando el ecosistema. Y la consecuencia es una tendencia hacia la declinación en las poblaciones de abejas, con baja en la cantidad de individuos por colmena”, explica Marcela Castello, doctora en Ciencias Biológicas de la UBA e investigadora del Conicet.
Tanto los profesionales consultados para este informe como las publicaciones señalan a los agrotóxicos como causales de la merma. Pero también suman a la lista de “culpables” a la pérdida del hábitat natural y al cambio climático.
“Uno de los grandes problemas es la pérdida de la biodiversidad, que se da en gran medida por los monocultivos”, sostiene Castello. “La reducción promueve la proliferación de plagas, entonces recurrimos a los agrotóxicos, que luego terminan reduciendo aún más la biodiversidad”, describe.
Pero también puede generarse un círculo vicioso de otro tipo. Más agricultura conduce a menos polinizadores, lo cual produce menor rendimiento de los cultivos y lleva al aumento de la superficie agrícola para compensar el déficit, que ocasiona mayor pérdida de polinizadores.
Indudablemente, estamos en problemas y enfrentamos un escenario en el que las causas terminan convirtiéndose en consecuencias. Y las consecuencias, en causas.
¿Cómo salir de este círculo?
DE HÉROES A ESTRATEGAS
Antes de responder esa pregunta, quizás mejor es llevar algo de calma. No da la impresión de que estemos frente a un apocalipsis. Todavía hay mucho por hacer. Y además hay señales positivas.
“El impacto de los pesticidas sobre las poblaciones de abejas es algo que ha sido medido y catalogado unos 15 años atrás como muy negativo”, explica Blettler, señalando que se había verificado en todo el planeta una “merma bastante significativa de esta especie”.
La buena noticia es que en la actualidad esto ya no estaría pasando, lo cual no significa que no se sigan viendo afectadas por los pesticidas. “Si se ha logrado recuperar las poblaciones, es porque es una abeja que está gestionada por el hombre”, ya sea para la producción de miel o para brindar servicios de polinización, explica. O sea, no es un repunte natural, sino gestionado.
Aun con esta aclaración, no deja de ser una buena noticia. Aunque la contracara es que en similar proporción se van reduciendo las variedades silvestres.
Más allá de esto, la discusión acerca de la preservación de las abejas lejos está de circunscribirse a una cuestión de “ecologistas”. Sería un abordaje incompleto.
Da la sensación de que aquí no hacen falta héroes. Hacen falta estrategas.
Y esto es así a partir de una gran variedad de estudios que demuestran la enorme conveniencia en términos productivos que conlleva la presencia de colmenas en cercanía de las producciones agropecuarias.
“Nuestros estudios sobre campos sojeros han demostrado que el cultivo incrementa su rendimiento si es asiduamente visitado por insectos polinizadores durante su floración”, describe sin rodeos el trabajo coordinado por Blettler.
Para Castello, en tanto, la polinización de la que se encargan las abejas es “uno de los más preciados servicios ecosistémicos”, un aporte fundamental del entorno natural para que la producción sea viable. Por eso la científica de la UBA sostiene que el camino más acertado es “buscar la multiplicación de colmenas” y aprovechar la posibilidad de ir rotándolas por diversos lugares, en lo que se denomina “servicios de polinización”. Una suerte de “delivery de polinizadoras”.
“Suben las colmenas a un camión y las llevan a un campo donde necesitan polinización”, cuenta, describiendo un servicio que solo de manera experimental se está realizando en nuestro país, pero que ya acumula experiencia en los Estados Unidos. “Es muy común en áreas con frutales, como los almendros, o en praderas de alfalfa en zonas más cálidas”, confirma Blettler.
Lo central del abordaje parece estar en la necesidad de salir de una relación de “versus”, donde estamos acostumbrados a vernos rodeados cuando tenemos que elegir entre dos valores que se contraponen: producción versus ecología.
“En este caso tenemos la suerte de que podemos lograr una simbiosis entre conservar y producir”, comenta. “Produzco conservando, y hago técnicas de cultivo y laboreo que promuevan la presencia de polinizadores que a la vez repercuten en una mejor producción y contribuyen eventualmente a la polinización también de las especies silvestres”, explica.
Los beneficios parecen ser muy interesantes y superan con creces el nada reprochable afán preservacionista. Ejemplo de ello han sido los estudios hechos en colmenas situadas en cercanías de plantaciones de soja. “Se ha constatado que los sembradíos son beneficiosos para la apicultura, porque las melíferas aprovechan el polen y el néctar de sus flores violáceas o blancas”, señala el paper, para concluir algo aún más contundente: “También se ha comprobado el efecto positivo de la polinización por insectos en los rendimientos de las cosechas de granos de soja: entre el 15 por ciento y hasta el 40 por ciento más”.
Estamos hablando de una gran diferencia que se manifiesta de modo directo y sensible en los rindes. Sencillamente: más producción, más ganancia. Porque al fin y al cabo, en eso se miden las conveniencias y los incentivos en el mundo de hoy.
MEJORAR EL WIN-WIN
Ahora bien, nos preguntamos entonces si alcanza con tener colmenas en cercanías de los campos sembrados para lograr este win-win entre polinizadoras y polinizadas. Alcanza, pero a medias.
Esto es así porque los plaguicidas siguen existiendo, porque es un hecho que afectan a las abejas. Y porque con ellos se tensiona el equilibrio positivo que se intenta lograr. ¿Qué hacer entonces?
Hay algunas medidas que ya se están tomando. Y hay otras en fase de experimentación.
Entre las primeras, están las buenas prácticas en la aplicación de estos productos.
Un dossier del Programa Nacional Apícola, publicado por el Ministerio de Agroindustria, insta a los agricultores y aplicadores a no utilizar estos productos en los períodos de floración, que es cuando naturalmente se acercan las abejas, ni tampoco en las horas de mayor actividad de estos insectos, que es entre las 10 y las 18, o en jornadas con alta insolación y temperatura. También sugieren evitar los días de vientos fuertes y, por supuesto, utilizar equipos de aplicación adecuados.
Otra de las sugerencias que los técnicos les hacen a los agricultores es conservar en los campos espacios con vegetación natural para asegurar la presencia de floraciones que sirvan como sustento y refugio para las polinizadoras. Para esto se pueden aprovechar banquinas, bordes de alambrados y caminos rurales, una solución sencilla con beneficios directos.
De hecho, Blettler sugería algo similar al señalar que se recomienda poblar con especies florales perennes los sectores donde no se siembra, para así favorecer la presencia de las abejas.
En definitiva, el ejercicio de salirse del abordaje de la “conservación” para pasar a entender la polinización como un insumo estratégico dentro de la producción agrícola podría ayudar a que se tomen acciones decididas en este sentido.
Las abejas, agradecidas. Y nosotros también.
AMIGAS DE LA CIUDAD
Aunque parezca increíble, las ciudades han demostrado ser un buen hábitat para las abejas. Esto es consecuencia de la baja presencia de pesticidas y la relativa biodiversidad que se suele albergar y preservar en sus espacios verdes, públicos y privados.
Por eso los habitantes de las ciudades también podemos contribuir a que la población de estos animalitos no se reduzca. ¿Cómo hacerlo?
– Aprovechar terrazas, balcones y jardines para cultivar plantas decorativas.
– Si vamos a aplicar pesticidas en huertas o frutales, elegir productos que sean inocuos para las abejas. Pulverizarlos con mucho cuidado, temprano a la mañana o al final del día, y cuando no haya viento.
– Evitar cortar el césped cuando las plantas están floreciendo, y hacerlo siempre a últimas horas de la tarde.
– Además se pueden instalar cajas en terrazas o jardines para que las abejas aniden.