Nuevas investigaciones muestran el papel de la microbiota intestinal en la salud de las personas. Enfermedades como diabetes u obesidad, y trastornos neuropsíquicos podrían tener su origen allí.
Fotos: AFP / IStock
Gran parte de la buena o mala vida de una persona, en términos de salud, depende de su microbiota intestinal o, mejor dicho, de la armonía entre las bacterias y los microorganismos que la componen y el intestino. Se trata de una relación colaborativa entre un hospedador –la persona– y estos minúsculos habitantes que realizan tareas fundamentales a cambio de “nutrientes” para su existencia. Ese vínculo se llama “simbiótico” y se define como “la relación establecida entre dos organismos que se necesitan mutuamente para sobrevivir”1.
Lo particular es que esta sociedad no es algo dado o definitivo a partir del nacimiento, sino que parece depender de distintos factores, entre ellos, el modo en que nos alimentamos y vivimos. El profesor emérito de la Universidad Católica de Córdoba (UCC) Guillermo Bustos y la médica Franca Monferini (Clínica Reina Fabiola, en Córdoba) afirman, con un toque de ironía, que “somos lo que le damos de comer a nuestra microbiota”, ya que, según el tipo de dieta, pueden producirse desequilibrios que terminarán incidiendo tanto en el metabolismo como en el sistema inmunológico. La alteración de esa armonía se llama “disbiosis”.
La microbiota es considerada un órgano adquirido del cuerpo y está integrada, como explica el investigador del CONICET y director del Instituto de Investigaciones Médicas (UBA-CONICET) Carlos Pirola, por unos 8000 millones de organismos diferentes, cada uno con su bagaje de funciones y cargas genéticas. Dentro de esa diversidad de organismos, ingresan bacterias, virus, hongos y microbios. La intestinal habita en los distintos tramos de nuestro sistema digestivo y puede pesar entre 1,5 y 2 kilos. Según precisan Bustos y Monferini, las bacterias representan el 80 por ciento de los habitantes de la microbiota. Para tener una dimensión cabal de la densidad poblacional, solo en el colon o intestino grueso de una persona adulta viven unos 10 billones de bacterias. Además, se renueva constantemente cada veinte días y por lo menos un tercio de la materia fecal está formada por microorganismos que ya han cumplido su función.
A su vez, la microbiota dominante es como el DNI de cada individuo, dado que varía entre distintas personas. Esta cuestión es multicausal, ya que intervienen factores genéticos, ambientales y culturales –por ejemplo, el tipo de alimentación o el estilo de vida–.
Dentro de ese universo que vive en nuestras panzas, hay tres grandes “familias”: las especies predominantes, que son las bacterias Clostridium, Eubacterium, Faecalibacterium, Bacteroides y Bifidobacterium; las “raras”, que integran el Streptococus, Escherichia coli y Enterobacteriaceae; y las transitorias, donde se encuentran las levaduras y bacterias lácticas.
Sin embargo, además de la intestinal hay comunidades de microorganismos en las superficies, como la piel; y de otras cavidades, como el sistema respiratorio, los ojos, la boca, el oído, la vagina y el tracto urinario en los varones. Omar Romero, inmunólogo y profesor invitado de la cátedra de Química Clínica en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), precisa que recién conocemos, gracias a los avances tecnológicos de los últimos años basados en el estudio de genes (ADN), al 10-15 por ciento de los habitantes de la microbiota intestinal. Es decir, apenas tenemos noticias de una parte menor de sus habitantes y, por supuesto, mucho menos de las funciones específicas de cada uno de ellos y los mecanismos de interacción que se ponen en juego en cada actividad.
Guillermo Bustos y Franca Monferini detallan las siguientes funciones de la microbiota intestinal:
Barrera: protege al organismo del ingreso de patógenos (productores de enfermedad). Allí, las bacterias “buenas” de la microbiota luchan directamente contra los patógenos para competir por los mismos nutrientes. Además, algunas bacterias liberan moléculas antimicrobianas contra los gérmenes patógenos y otras estimulan la producción de mucosidad para proteger a las células intestinales de las agresiones y evitar efectos nocivos para el organismo.
Digestiva: transforma las fibras alimenticias en nutrientes para las células. Se trata de una tarea fundamental, ya que permite digerir algunos componentes de los alimentos que el organismo no puede digerir y metabolizar por sí mismo.
Absorción de vitaminas en general y, en particular, de la vitamina K (importante para la coagulación de la sangre y la salud de los huesos) y las del complejo B, entre ellas la B12 (ayuda a obtener energía de los alimentos, a producir glóbulos rojos y a mantener el sistema nervioso central).
Metabólica: el metabolismo comprende a los procesos físicos y químicos del cuerpo que convierten o usan energía, entre ellos el de la digestión de alimentos y nutrientes. En ese marco, la microbiota intestinal ejerce funciones metabólicas esenciales para la digestión. Estudios de los últimos años relacionan a la diabetes, la obesidad y otras patologías con desequilibrios en la microbiota.
Neuropsíquica: influye sobre depresión, ansiedad y autismo. Existe un verdadero eje entre el cerebro y los intestinos.
Inmunológica: promueve la defensa general del organismo, ya que allí tiene domicilio la mayor parte del arsenal defensivo de los seres humanos y la prevención de algunas enfermedades inmunológicas. Incluso la alergia alimentaria y la dermatitis atópica o eczema parecen estar relacionadas.
“DEBERÍAMOS VOLVER A LAS FUENTES, AL PARTO NATURAL”. OMAR ROMERO
En ese sentido, Bustos y Monferini describen que “el sistema inmunológico está conformado principalmente por el tejido linfático, el cual se encuentra disperso en todo el organismo, pero la mayor parte está ubicada en el área intestinal. El tejido linfático asociado al intestino (GALT, por sus siglas en inglés) constituye la parte más extensa y compleja del sistema inmune. Su respuesta es la formación de anticuerpos y otros sistemas de defensa que envía a todo el organismo. El 80 por ciento de las defensas del aparato respiratorio, por ejemplo, provienen de allí”.
CÓMO SE FORMA
En términos generales, la constitución de la microbiota intestinal lleva unos tres años a partir del nacimiento. Luego, en condiciones normales, se diversificará y adquirirá cierta estabilidad hasta la etapa de la vejez, en la que tenderá a empobrecerse por la pérdida de diversidad de microorganismos.
Las claves de este proceso son tres:
-Al pasar por el canal vaginal de su madre, el recién nacido recibirá una carga de microorganismos para constituir su microbiota.
-A través de la lactancia materna, la madre continuará proveyendo microorganismos; gammaglobulina A –un anticuerpo que fabrica el sistema inmunitario para combatir los ataques de bacterias, virus y toxinas–, especialmente presente en el calostro de las primeras horas; y proteínas para el crecimiento. La OMS (Organización Mundial de la Salud) recomienda un mínimo de seis meses de amamantamiento, pero su extensión es benéfica.
-Cuando llega el momento de suplementar la leche materna, debería “realizarse con comida no industrializada”, esto es, preparada en casa con alimentos naturales.
Qué prácticas alteran este proceso de adquisición de la microbiota en estos primeros tres años de vida:
-El nacimiento por cesárea, ya que el recién nacido no obtiene la microbiota simple de las bacterias vaginales y fecales de la madre. Según la OMS, el nacimiento por césarea no debería ser mayor al 10 por ciento de una población. Bustos y Monferini expresan que “en nuestro país se ha visto un aumento importante en los últimos años debido a múltiples factores. Mientras que en Finlandia solo el 5 por ciento nace por cesárea, en la Argentina supera el 50 por ciento en algunas regiones”.
-El uso indiscriminado de antibióticos, algo que sucede, por ejemplo, cuando los padres los utilizan sin prescripción médica.
LA ALIMENTACIÓN
“Nuestra dieta está compuesta básicamente de hidratos de carbono, proteínas, grasas, minerales y vitaminas. Todos estos nutrientes se digieren y absorben en el intestino delgado. También consumimos fibras de origen vegetal que llegan sin digerir al intestino grueso donde habitan la mayor parte de nuestras bacterias benéficas, las que están capacitadas para transformarlas químicamente en sustancias que las alimentan y mejoran sus múltiples funciones. En nuestro país se calcula que dos tercios de la población recibe una alimentación que no reúne las características que convienen a una microbiota normal”, afirman Bustos y Monferini.
“SOMOS LO QUE LEDAMOS DE COMER A NUESTRA MICROBIOTA”.
GUILLERMO BUSTOS
Entre las dietas sugeridas, aparece la llamada “dieta mediterránea”, incluida en 2010 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Precisa la agencia española SINC que tiene “uno de los patrones alimentarios más equilibrados y saludables del mundo. (…) La adhesión a este patrón dietético es alta a largo plazo por la variedad de alimentos y la riqueza en grasas de origen vegetal. (…) Numerosos estudios han puesto de manifiesto los beneficios de este tipo de dieta en la promoción de la salud y la prevención de enfermedades como los trastornos cardiovasculares, la diabetes o el cáncer”.
La dieta mediterránea, según la Biblioteca Nacional de Salud de los EE.UU., se basa en “comidas a base de vegetales, con solo pequeñas cantidades de carne vacuna y pollo; más porciones de granos enteros, frutas y verduras frescas, nueces y legumbres; alimentos que en forma natural contengan cantidades altas de fibra; pescados y mariscos; y aceite de oliva como la fuente principal de grasa empleada para preparar los alimentos. Este aceite es una grasa saludable y monoinsaturada”.
También aparecen entre las sugerencias la incorporación de prebióticos y probióticos a la dieta.
Los prebióticos “son componentes funcionales no digeribles de los alimentos (como algunos tipos de fibras) que estimulan la actividad y el crecimiento de ciertos grupos específicos de bacterias, como las bifidobacterias y las bacterias lácticas. Estudios científicos han demostrado que tanto los prebióticos como los probióticos tienen numerosos efectos beneficiosos para la salud del huésped (especialmente en lo que respecta a las funciones digestivas y a las inmunitarias)”1.
En la lista de prebióticos (alimentos ricos en fibras vegetales) aparecen los cereales integrales, no refinados: arroz, maíz y trigo sarraceno; trigo, avena, cebada y centeno (TACC) no aptos para celíacos; verduras: espárragos, alcauciles, ajo, cebolla, puerro, achicoria, tomate, alfalfa, remolacha, rúcula; frutas: todas, pero especialmente banana y manzana; legumbres: lentejas, garbanzos, porotos; frutos secos: nueces, almendras, cajú, avellanas; miel; semillas: quínoa, girasol, lino, chía, etc.; y salvado, sémola, polenta, mandioca.
Mientras que los probióticos, según la definición del 2001 de la OMS y la FAO, son “microorganismos vivos que, cuando se administran en la cantidad adecuada, confieren beneficios de salud al huésped”. Normalmente, se consumen en alimentos fermentados como los yogures.
Si bien aún falta mucho camino por recorrer, en el equilibrio de la microbiota se encuentra, quizá, uno de los secretos de una existencia saludable. Como dice Romero: “Deberíamos volver a las fuentes, al parto natural; a la lactancia de al menos seis meses; y luego a los alimentos hechos por la familia en la casa, sin conservantes, sin antibióticos, sin antimicóticos. Y en la adultez, igual. Si hay una receta, es volver a lo natural. Respetaríamos la fórmula con la que la microbiota se ha autodiseñado a través de los siglos”.
HÍGADO GRASO
Los investigadores Carlos Pirola y Silvia Sookian (UBA / CONICET) son autores de un trabajo que publicó la revista Gut. El informe aborda la composición de la microbiota del tejido hepático en pacientes con hígado graso y diferentes grados de obesidad. Aunque es sabido que el desarrollo del hígado graso está relacionado con factores ambientales y genéticos, estudios recientes muestran el peso de la microbiota intestinal en esta patología. Hasta ahora no se conocía la existencia de correlaciones entre diversos tipos de ADN microbiano del tejido hepático, cuya presencia por primera vez se describe en este estudio, y la severidad con la que se manifiesta esta enfermedad. “Lo que hicimos fue identificar el ADN bacteriano en pacientes con y sin hígado graso, y encontramos una diversidad de bacterias que se pueden asociar con las formas en las que esta enfermedad se manifiesta”, expresó Pirola.
DIABETES
La calidad de la dieta y la microbiota intestinal son más determinantes en el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 que la obesidad. Así lo demuestra un estudio del Centro de Investigación Biomédica en Red Diabetes y Enfermedades Metabólicas, citado por la agencia de noticias científicas SINC (España). Revela que, cuando se sigue una dieta sana, la presencia de obesidad no aumenta el riesgo de esta diabetes, algo que sí ocurre en personas con mala alimentación. Tras comparar la microbiota intestinal, se vio que los grupos con dieta no saludable (obesos y no obesos) mostraron mayor concentración de Prevotella y menor de bacterias acidolácticas y Faecalibacterium prausnitzii. “La microbiota tiene un rol esencial en el desarrollo de la diabetes, y los grupos con dieta no saludable presentaban un patrón de bacterias con mayor riesgo patológico”, dijo Diana Díaz Rizzolo, una de las coordinadoras del estudio.
1-Glosario:https://www.gutmicrobiotaforhealth.com/es/recursos-glosario/.