Es alimento. Es golosina. Un motivo de salida y también de encuentro. El helado es, sin dudas, un componente de la cultura argentina que trasciende holgadamente la cuestión alimentaria. ¿Cómo disfrutarlos de la mejor manera?
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Sobremesa familiar de domingo. Mientras se estira la charla en el balcón o en la galería, los chicos comienzan a mirarse entre sí, sabiendo qué es lo que viene. Hasta que uno lanza la iniciativa al aire: “¿Y si vamos a tomar un helado?”.
Momento de gloria si los hay, donde todos fingen sorpresa. “¡Qué buena idea!”, repiten, como si a todos o a la gran mayoría no se les hubiera estado ocurriendo exactamente lo mismo en ese momento.
El helado, sin dudas, es de esos alimentos que –como el asado o el mate– logran trascender el simple concepto de “alimento”. Y esto es por su carácter “social”. Porque saborear un helado está emparentado con las salidas familiares, con los festejos, con la niñez y la adolescencia. Incluso hasta con las primeras salidas solos y, por qué no, con el primer amor.
El problema recién llega cuando uno se pregunta por el famoso tema de “las calorías”. Un hecho tan simple como comer un helado resulta que en un momento comenzó a ser puesto en discusión, por esto de la “alimentación saludable”. Esa es la pregunta que va a tratar de contestar este informe a partir de la voz de especialistas: ¿es tan grave comer un helado?
Quien comienza a responder ese interrogante es Cecilia Garau, licenciada en Nutrición, que trabaja en el Hospital Pirovano y en la Clínica Cormillot en CABA. “Desde nuestro punto de vista, el helado puede ser considerado no como una simple golosina o un refresco veraniego, sino como un postre delicioso y nutritivo compatible con una dieta equilibrada, tanto en la niñez como en la etapa adulta”, señala. En ese sentido, sostiene que “una bocha de helado puede combinarse con fruta fresca, con una merienda o un postre delicioso, saludable y rico en vitaminas, que puede alegrar nuestro menú”.
Dijo “alegrar”… por lo visto, también las nutricionistas pueden incorporar este concepto a las dietas y a la alimentación saludable. Al fin y al cabo, la salud también se compone del bienestar emocional. Pero Cecilia va un poco más allá al señalar que los helados son beneficiosos “no solo por el placer mismo de tomarlos”, sino que también entre sus componentes tienen un “aminoácido esencial que proviene de la leche que se llama triptofano, conocido por aumentar los niveles de serotonina”. La serotonina, explica, “es popularmente conocida como la hormona del placer, ya que actúa en los estados de ánimo, inhibiendo especialmente los síntomas de depresión, calmando estados de agresividad e ira, y además potencia el rendimiento intelectual”.
Y del chocolate ni hablemos. De eso también nos comenta su colega Analía Cufi, jujeña, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba y que dirige su propio centro de nutrición en la capital cordobesa. “Sin dudas, el chocolate tiene la capacidad de generar placer a nivel emocional, y eso tiene importancia”, señala, aclarando, no obstante, que aun con esos beneficios, “el helado se sigue situando en la punta de la pirámide alimenticia”. Porque por más calcio, nutrientes, fibras, vitaminas y minerales que pueda aportar un helado, también es cierto que marca cifras altas cuando se le analiza el contenido de azúcares y grasas.
NI TAN MALO NI TAN BUENO
El tema, para Cecilia Garau, es que este tipo de alimentos son también ricos en los llamados “nutrientes críticos”, es decir, “aquellos que, consumidos con mucha frecuencia o en grandes cantidades, pueden traer como consecuencias enfermedades no transmisibles, como obesidad, hipertensión o accidentes cerebrovasculares”, explica.
De ahí que cuando hablamos de helados, “el problema pasa por las cantidades y por las frecuencias”. En ese sentido, sostiene que no es un alimento para comer todos los días ni tampoco en grandes porciones.
¿Qué entendemos por “grandes porciones”? Sin dudas depende de cada persona, pero, en general, estamos hablando de que lo aceptable son porciones de unos 150 gramos, quizás un poco más. En esto son enfáticas las dos profesionales. Más aún a la hora de resaltar que “un cuartito de helado” no es una porción para una persona. “Sin dudas es un exceso, pese a ser algo que se comenzó a naturalizar con la mayor accesibilidad de los helados, ya que antes eran un lujo que pocos podían darse y solo cada cierto tiempo”, explica Garau.
En este mismo sentido, Analía Cufi agrega: “Mientras te comas una bocha o dos, estamos bien. El problema es que un cuarto ya es mucho, y hay algunos que se comen un kilo, y ahí estamos hablando de un exceso”, sostiene.
“Tengamos en cuenta que es un alimento muy rico en colesterol, tiene mucha grasa. Para una persona con problemas cardíacos, es complicado. Y una diabética, directamente no puede”, advierte.
SI ES ARTESANAL, ES OTRA COSA
No todos los helados son iguales, eso pueden percibirlo los propios consumidores. Pero ¿qué diferencias de fabricación existen entre uno artesanal y uno industrial?
“El helado artesanal tiene de por sí mayor calidad que el industrial”, asegura Cecilia. Y esto radica básicamente en el tipo de ingredientes que se usan. “En primer lugar, poseen menos conservantes que los industrializados, y ahí ya tenés una diferencia”, aporta Analía Cufi.
“El helado puede ser considerado no como una simple golosina, sino como un postre delicioso y nutritivo”.
Cecilia Garau
Pero el énfasis principal lo pone en ingredientes como la leche, la crema o la pulpa de fruta. “Cuando hablamos de helados artesanales, sabemos que están elaborados con leche y no con emulsiones o con leche en polvo, que actúan como sustituto en el caso de los helados procesados o industrializados. Con la fruta pasa lo mismo. Tienen pulpa, no esencias. Ya es otra cosa. Y la crema no es crema, sino emulsiones, que por lo general tienen mayor cantidad de ácidos grasos”.
Esto hace que los helados industriales, con todas esas observaciones marcadas, sí terminen convirtiéndose en “simples golosinas” que no difieren demasiado de un alfajor triple. “Son exactamente lo mismo”, define Cecilia, y vuelve a encender la alarma.
ATENCIÓN A LOS CHICOS
Esa “alarma” que menciona la profesional cobra mayor dimensión cuando hablamos de los chicos. Es que, sin dudas, a esa edad es cuando se desarrollan los mejores hábitos en todos los sentidos de la vida. También en la alimentación.
“Yo creo en el helado como una salida familiar, como un paseo. Eso está bien”, señala Analía. Pero enseguida aclara que nunca los helados ni los alimentos deben entrar dentro de un juego de premio/castigo. “Le dicen: ‘Como te portaste bien, vamos a comer un helado’. Y no. Eso no está bien, porque de esas construcciones suelen salir problemas mayores. Y porque en el acto, el niño comienza a asociar comida con placer, comida con premio. Y yo personalmente estoy en contra de este tipo de consignas”, asegura.
Su colega, Cecilia Garau, lo explica en un tenor similar, haciendo énfasis en la disponibilidad. “Está bárbaro comer un helado, pero no tiene que ser la habitualidad. No tiene que ser algo de todos los días”, explica. Por esa razón recomienda no tener helados en el . “Si el chico abre la puerta de la heladera y puede acceder a un helado, es obvio que va a elegir eso en vez de una comida saludable, y ahí ya comenzamos a tener problemas”, advierte.
Insiste, por ejemplo, en el hecho de que no es conveniente que el helado sirva para reemplazar otras comidas. “Si un niño te avisa que en vez de tomar la merienda va a servirse una porción de helado del , desde ya te digo que no conviene”, asegura, admitiendo que “si lo hace una vez cada tanto, no es problema”.
Por eso también está desaconsejado el consumo de helados en las cantinas escolares. “Si un chico no lleva su merienda al colegio y le dan plata para que compre en la cantina, es difícil que vaya a pedir una manzana verde. Se va a comprar un alfajor y una gaseosa, un pebete de salame o un helado si hace calor. Y en ninguno de los casos es conveniente”, señala Garau.
Y otra cuestión puede darse en una salida con varios chicos a la heladería. “No es el momento de hacer diferencias. Si a uno le gusta mucho más el helado, no es buena idea comprarle una porción más grande. Como tampoco es recomendable comprarle una porción menor al chico que es más gordito, tampoco ayuda”, sostiene Cecilia, señalando que, en todos los casos, lo mejor es la misma porción a todos, “ya que se trata de una salida semanal”.
Ambas profesionales coinciden en que la clave es manejar las porciones y las frecuencias. Al fin de cuentas, “el helado es un deleite para el gusto. La mayoría de las veces se toma en familia o con amigos, convirtiéndose en uno de los mejores momentos del día”.