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Crines al viento

Durante un viaje al interior profundo de la provincia de Buenos Aires, las imágenes poderosas de caballos criollos con libertad de movimiento para desplazarse hablan por sí solas de estos protagonistas absolutos de la llanura.

Fotos Nicolás Pérez

 

Los caballos al galope en pleno campo al amanecer, en el momento justo en que el sol se asoma y su luz es apenas un filo de claridad que recorta las siluetas en movimiento contra el horizonte, es quizás uno de los espectáculos más impactantes que puede ofrecer la pampa infinita. A la maravilla del lugar y la hora se le agrega la sensación de libertad que los equinos transmiten con su cabalgar por la llanura y al desnudo, sin monturas, riendas ni cabezada.

Se trata de nuestro caballo criollo, que bajó de los barcos españoles hace seis siglos en el Río de la Plata y todavía soporta bien el esfuerzo y el clima, aunque, según se dice, no podría competir en estampa ni estatura con otras razas ecuestres. El mismo caballo que sobrevivió a todas las guerras, cacerías y epidemias –a diferencia de los “paleocaballos” autóctonos, exterminados muchos siglos atrás por un hombre prehistórico americano que desconoció su utilidad y su disfrute–.

Sin embargo, la caballada silvestre, a pesar del frenesí de libertad que transmite al galopar, se atiene a leyes muy estrictas. 

Quien estudió las complejidades de su vida gregaria fue, entre otros, el hacendado y escritor de origen francés Emilio Daireaux, afincado a fines del siglo XIX en la pampa bonaerense. Este autor explicó que la manada siempre es comandada por un “caballo padrillo”, que suele expulsar “por celos” a los potros (machos jóvenes) cuando llegan a la pubertad y obligarlos a unirse a una “tropilla”, liderada por una “yegua madrina”. Más tarde, de la manada surgen los corceles, que el hombre destinará “al arreo, junto a los reseros”, mientras que de la tropilla “se eligen los caballos para servicio”.

También las obras maestras de la literatura gauchesca se interesaron por la suerte de estos animales, y hasta denunciaron el destrato al que los sometían los humanos. En el Martín Fierro, José Hernández describe en verso la privación de su libertad: “Y allí el gaucho inteligente / en cuanto el potro enriendó / los cueros le acomodó / y se le sentó en seguida / que el hombre muestra en la vida / la astucia que Dios le dio”. 

A su vez, don Segundo Sombra, en la novela homónima de Ricardo Güiraldes, se compadece con buenos motivos de su propio corcel: “¿Qué va a hacer el pobre con tal desgracia en el lomo?”. Y a la pregunta obvia (“¿cuál desgracia?”), responde señalándose el pecho: “Un servidor…”. 

Así que mejor disfrutar las imágenes y soñar con esa libertad que jamás dejará de ser una aspiración legítima, tanto para ellos como para nosotros. 

NICOLÁS PÉREZ 

“Con mis fotos intento hacerle justicia a la naturaleza. Inspirar a las personas a tomar acciones para asegurar que los ambientes naturales y la vida salvaje persistan”. Apasionado de la naturaleza desde la infancia, Nicolás Pérez es fotógrafo y artista visual. Nació en Buenos Aires (Argentina) y se recibió en la Escuela de Arte Fotográfico (EDAF) en 1997. Se dedica a la fotografía desde hace más de 20 años, mayormente en el campo editorial y publicitario.

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