Especialistas explican cómo se debe manejar esta situación y señalan por qué gritarles a los niños empeora las cosas.
Los caprichos y los berrinches de los niños pueden exasperar a los padres. Un ejemplo que ilustra muy bien esta situación es un anuncio belga de preservativos (2006) en el que se muestra a un padre en el supermercado junto con su hijo. El niño quiere unos snacks, pero el padre no accede al pedido. Como consecuencia, el chico grita, patalea y revolea los productos del supermercado. Otros individuos que hacen compras juzgan a este padre, que está nervioso y no sabe manejar este episodio.
En estas situaciones es común que se pierda la paciencia e incluso el adulto se enoje y grite. Por eso, para aprender a transitar esta etapa es clave comprender primero por qué suceden esos episodios.
La psicóloga Daniela Álvarez es especialista en niños y adolescentes, y sostiene que los caprichos son esperables en la infancia porque son propios de la constitución subjetiva del niño. “Un capricho es un deseo impulsivo que se manifiesta de manera obstinada y que tiene un carácter de exigencia de inmediatez”, explica. Por el contrario, un berrinche es un episodio de enojo, llanto y gritos que generalmente el niño dirige hacia un adulto. Tiene la característica de querer producir un efecto. Es frecuente que ante los berrinches surja la idea de la manipulación por parte de los niños, o que se vivan como una exigencia o una rebelión frente a las normas impuestas por los adultos. “El berrinche es más abarcativo y puede ser caprichoso o no. Pero es una condición necesaria del crecimiento”, agrega Álvarez.
Los berrinches y caprichos se inician alrededor de los dos o tres años, cuando también empieza a surgir el lenguaje, el control de esfínteres y la diferenciación con el otro. Es una manera de constituir la propia personalidad y la autonomía. “Hay que estar atentos como adultos a no desbordarnos. Enojarse constantemente es un desgaste de energía que no sirve para nada y habla de la impotencia propia”, dice Álvarez. El camino que se debe elegir es el de la escucha y la contención, para acompañar al niño de una manera saludable.
Quizás pensemos que los berrinches y los caprichos son llamados de atención, pero sobre ese punto Álvarez sostiene que se trata de una puesta a prueba de la función parental.
“Darles lugar como sujetos antes de imponer una norma o una regla que sancione la posibilidad de que escuchemos lo que nos quieren decir. El adulto debe acompañar al niño en su proceso de crecimiento sosteniendo las diferencias sin atacar y sin riesgo de caer en una lucha de igual a igual”, explica. Si los adultos se ven atrapados en un círculo de pataletas y enojos, es necesario reflexionar y buscar otro camino para que los chicos salgan de esas crisis. Hacer una pausa, respirar hondo, conversar para destrabar la situación son otras vías en las que también entra en juego la flexibilidad, algo que puede resultar positivo y no es lo mismo que ser permisivo.
Para la licenciada, el comportamiento desafiante de los niños no tiene que ver con una falta de castigo por parte del adulto. Incluso las penitencias pueden reforzar la irritabilidad y dificultar el desarrollo del niño como sujeto diferenciado del adulto con sus propios deseos. “Tampoco podemos olvidar el contexto actual. Estamos atravesados por una situación angustiante que conlleva sentimientos de malestar e incertidumbre. Los niños también se encuentran capturados por el sufrimiento y tienen fantasías terroríficas que en ocasiones no pueden expresar –o poner en palabras– y suelen desplegar también con berrinches o caprichos. Por eso hay que hablar sobre lo que les pasa, permitirles expresarse y ofrecerles alternativas creativas para tramitar su angustia. El juego, el arte y las actividades compartidas resultan aliados infalibles en estos tiempos”, concluye Álvarez.
ESTILOS DE CRIANZA
La psicóloga Marisa Russomando, autora del libro Rutinas desde los pañales, señala diferentes estilos de crianza que son interesantes para reflexionar sobre cómo deben reaccionar y responder los padres frente a las actitudes de sus hijos. Para ella, el modelo de crianza ideal es el democrático, que se caracteriza por la intervención activa y efectiva de los padres, y por darle un rol primordial a la comunicación. En este modelo se les permite a los niños expresarse, y su opinión es tenida en cuenta. De esta forma, los chicos obtienen seguridad, expresividad, opinión crítica y alta autoestima. Russomando también detalla otros estilos: el autoritario, que es estricto, irreflexivo, inflexible y no toma en cuenta la palabra del niño; la crianza permisiva, con padres que no establecen límites o que los mencionan pero no los hacen cumplir y se muestran débiles; la crianza indiferente, con padres distraídos que priorizan otras áreas de su vida; y la crianza tradicional, en la que los adultos se apegan a estereotipos tradicionales con un padre que tiende a ser autoritario y una madre permisiva. Observar desde qué modelo se construye el vínculo con los hijos y apuntar al modelo democrático frente a los berrinches y caprichos puede ser una buena herramienta para sobrellevarlos mejor.
ENOJARSE NO FUNCIONA
En su libro Capacitación emocional para la familia, la psicóloga Maritchu Seitún explica por qué enojarse es contraproducente:
• Si los hijos ven a sus padres enojados, no les dan ganas de hacerles caso.
• Los padres alterados les enseñan a los hijos qué deben hacer para molestarlos.
• Los buenos hábitos no se refuerzan con malos modos.
• Si les gritamos, anulamos su capacidad para decir que no. El respeto a los mayores no equivale a doblegarlos para que sean autómatas.
• Tener empatía es importante. Algunas veces pueden cansarse de las rutinas diarias y tienen derecho a protestar.