Se puede aprender a hacer el amor, pero ¿es también posible trabajar y aprender a hacer el humor? Las claves de una herramienta poderosa para mantener el vínculo vivo y sano.
Una persona camina apurada por la vereda, esquiva gente, apresura el paso, se tropieza con una baldosa floja, trastabilla en el aire una, dos, tres veces hasta que termina de rodillas en el piso. Su reacción al levantarse será un termómetro para medir cuánto sentido del humor tiene y cuál es su posibilidad de reírse de sí misma. La imagen vale también como metáfora de lo que suelen ser las caídas en la vida y la actitud con la que se sobrellevan. Quien tiene la habilidad de relativizar los hechos negativos y la plasticidad para, en vez de enojarse o abatirse, flexibilizar los pensamientos y las acciones, seguramente podrá sonreír, trascender lo ocurrido y vivirlo con un mayor bienestar.
Eso a nivel individual. En lo que respecta a la construcción de la pareja, el sentido del humor suele funcionar como un cimiento indispensable para levantar el edificio común. Marcela S. y Darío R. llevan juntos veinte años y tienen tres hijos adolescentes. En este tiempo atravesaron cinco mudanzas, la muerte del padre de él y dos pérdidas de trabajo, además de los escollos de la vida cotidiana y el crecimiento propio y el de sus chicos. Si al conocerse se dieron cuenta de que tenían el mismo humor negro, con los años lograron perfeccionar esa capacidad y expandirla también a su familia. “No sabés lo que son las cenas en casa, es para descostillarse, porque los chicos están más grandes y cada vez más afilados. Nos morimos de risa”, dice Marcela.
“Todos poseemos humor, solo hay que aprender a darle libertad”. Walter Ghedin
El psicólogo Carlos Allende, al frente de Terapias para Parejas, explica que el humor es una figura clave en la comunicación. “Con el sentido del humor podemos minimizar situaciones críticas cotidianas, provocando e invocando muchas veces el absurdo de situaciones banales”, explica. Marcela reconoce que esa forma de relacionarse fue clave para asentar la pareja: “De otro modo, no hubiéramos aguantado ni un mes juntos”.
CAJA DE HERRAMIENTAS
El psiquiatra, psicoterapeuta y sexólogo Walter Ghedin define al humor como un sentimiento placentero que proviene de lo mejor de cada uno. “Reírnos de nosotros mismos supone no tomarnos tan a la tremenda y ser piadosos con nuestras acciones. Es, ante todo, un refuerzo positivo para el yo personal”, describe. Para Allende, el humor es un privilegio que permite tener una visión más amplia de los conflictos cotidianos y una mirada más sana de la realidad.
Existen personalidades que son más abiertas y optimistas, y tienen mayor predisposición para este sentimiento agradable. Ahora, ¿se nace con humor o es una fortaleza que, como tantas otras, se puede adquirir, trabajar y aumentar? Ghedin sostiene que, por lo general, este tipo de perfiles se gestan en redes familiares donde el humor y la comunicación son parte importante de la interacción, aun bajo situaciones críticas. “Pero todos poseemos humor, solo hay que aprender a darle libertad. Potenciarlo debería ser una premisa en toda pareja”, afirma, y luego enumera algunas claves: algo esencial es desdramatizar, quitarle peso y gravedad a lo que vamos viviendo sin por eso perder responsabilidad y conciencia sobre nuestros actos.
¿SE CONTAGIA?
Si uno de los miembros de la pareja tiene sentido del humor y el otro no, posiblemente aparezca el conflicto: puede que uno acuse al otro de tomarse las cosas a la ligera y, a la inversa, que el otro critique a su pareja de estar instalada en la queja y la negatividad. “Toda pareja debería partir de una regla de acuerdo por la que se entienda que hay que respetar las formas individuales sin que se altere la esencia del vínculo y que ambos pueden aprender de la opinión ajena, para no caer en ser displicentes o condenarse uno al otro”, aconseja Ghedin. Entonces, conviene proponerse aprender de las diferencias y no subestimar ni desaprobar al otro. De ese modo, se evita el riesgo de que se autocensuren o intenten forzar lo que no les sale naturalmente.
Hay otra buena razón para repensar cuánto de humor circula en la pareja: según el sexólogo, se constituye en un foco de atracción para la conquista amorosa y resulta un condimento esencial para un buen funcionamiento sexual. “Las parejas se fortalecen cuando está presente la capacidad para disfrutar. Las personas extravertidas viven la sexualidad con plenitud y la transmiten a sus parejas. Además, se animan a probar variantes sexuales, lo cual ayuda a evitar la monotonía, porque tienen una buena apertura hacia el propio cuerpo y el cuerpo del otro. De ese modo, el pudor desaparece en pos de una conexión íntima más sentida”, afirma el especialista.
LO QUE HAY QUE EVITAR
Walter Ghedin enumera las actitudes que amenazan al buen humor. A tomar nota y desterrarlas:
• Sobredimensionar los problemas
• No establecer prioridades
• Enojarse con frecuencia
• La queja constante
• Dejar de lado el disfrute
• Sobreexigir(se)
• Creerse imprescindible
• No poner límites a las responsabilidades
• Intentar controlarlo todo
• Proyectar en la pareja las impotencias personales
• Devaluarse constantemente en las propias capacidades
• El sentimiento de culpa y el replanteo por lo que no sale tal lo planeado