El uso de especies nativas –autóctonas– es un modo sustentable de cuidar el ecosistema y, por contraposición, una práctica que evita el riesgo de las exóticas.
Ilustraciones: Pini Arpino
Nadie estaría dispuesto a poner en tela de juicio una madreselva. ¿Quién podría criticar un fresno? ¿A qué persona se le ocurriría advertir sobre una acacia negra? ¿Alguien se animaría a levantar el dedo acusador en contra de un arce, una mora, un crataegus, un paraíso, un ligustro, un siempreverde o una zarzamora?
Y, sin embargo, tal vez ya lo vayan mereciendo. No por sí mismas: son especies nobles, generosas, visualmente atractivas y muy apreciadas por los argentinos. El problema de esas plantas y esos árboles –y también de muchas otras variedades– es que son exóticos. No pasa por rechazar lo que viene de afuera, sino por analizar qué consecuencias han traído y seguirán trayendo sobre los diversos ecosistemas del país.
La contracara de las exóticas son las especies nativas. Plantas ancestrales que se han desarrollado en estas pampas, sierras y montañas durante miles de años, y que han logrado un equilibrio sano y sustentable entre el terruño, la disponibilidad de agua, los climas y, sobre todo, la fauna que las circunda.
REDESCUBRIR LO PROPIO
En la actualidad, parece estar imponiéndose la tendencia de las nativas. Muchos viveros comerciales responden a una movida que ha vuelto la mirada hacia las especies criollas, pasando a valorar pasturas, arbustivas, árboles y cubresuelos locales. Lo que en principio se veía simplemente como una moda, parece convertirse en una práctica consolidada. En ese sentido, hay buenas noticias.
“Realmente es algo que está sucediendo y que nos llena de satisfacción”, resume Ana Meehan, ingeniera agrónoma especialista en paisajismo.
Desde hace décadas, Meehan viene trabajando junto a su equipo desde el ámbito universitario la necesidad imperiosa de recuperar el equilibrio perdido por la introducción de las especies exóticas. “El primer libro lo sacamos en el 87. Y si me preguntás si creíamos que alguna vez iba a llegar este momento, la respuesta es no”, declara la especialista, quien es titular de la cátedra de Espacios Verdes en Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Nunca más apropiada la metáfora sobre la siembra y su posterior cosecha; lo cierto es que los estudios de hace 30 años hoy están dando sus frutos. “El tema ya está instalado, y podríamos decir que todos los procesos de educación ambiental han surtido efecto; hoy la gente está mucho más consciente sobre lo que es el ambiente”, se entusiasma.
EL SABIO EQUILIBRIO
Parte clave de la historia del planeta es también la historia de cómo su fauna y su flora han ido poblando cada uno de sus rincones, hasta alcanzar un equilibrio asombroso. Y en este proceso milenario, sin dudas el hombre ha tenido su participación, favoreciendo con su actividad la dispersión de las especies vegetales que le han sido útiles para cubrir sus necesidades.
Hasta la llegada de Colón a América, el movimiento de las especies vegetales y animales resultaba esporádico y lento, con dificultad para sortear barreras naturales como mares y montañas. Todo comenzó a cambiar con el proceso de conquista del nuevo continente, pero también con el perfeccionamiento de los medios de movilidad transoceánicos, mediante los cuales la especie humana incrementó notablemente sus rutas y sus frecuencias, y con ello, claro está, el transporte de organismos vivos.
Es aquí donde comienza a conformarse el concepto de planta exótica, por oposición a la autóctona. Mientras esta última es la que se encuentra en el rango natural de distribución o ecosistema donde evolucionó, la exótica es la que, procediendo de otro lugar, ha sido introducida al hábitat, región o ecosistema local y allí se incorpora. Si esta planta evoluciona y se apropia del lugar, podrá ser considerada una planta invasora, algo que se da cuando encuentra buenas condiciones de crecimiento y reproducción en el nuevo ambiente, y amenaza la diversidad nativa, la economía o la salud humana.
El concepto anterior forma parte de un artículo desarrollado por Diego J. Bentivegna, investigador asistente del Conicet, el cual señala que en la Argentina fueron identificadas 433 especies vegetales exóticas.
“La gente de la ciudad parece valorar lo autóctono, y muchas veces hemos ido a las sierras llevando semillas que se produjeron en la capital”.
Ana Meehan
En un trabajo preparado por este científico para el Centro de Recursos Naturales Renovables de la Zona Semiárida (CERZOS), se describe cómo se da el proceso en tres etapas de invasión de especies exóticas.
En la primera etapa –denominada “de introducción”– la especie se encuentra con la resistencia física y biológica del nuevo ambiente. Luego comienza la etapa de colonización, en la cual las plantas se reproducen incrementando su abundancia y estableciendo su propia población. Este período es favorecido por las características propias de la planta (cantidad de semillas producidas, velocidad de crecimiento, adaptabilidad al nuevo ambiente). La generación de poblaciones alrededor inicia nuevos focos de infestación cercanos al lugar de introducción.
En la tercera etapa –de naturalización– se alcanza un nuevo equilibrio entre la dinámica de la población y los factores ambientales que limitan o reducen la aparición de nuevos individuos. Los recursos ambientales están destinados a cubrir las necesidades de las especies nativas que persisten y de las plantas invasoras que llegaron a su pico poblacional.
¿DESIERTOS VERDES?
Quizás no se logre comprender acabadamente la amenaza que traen aparejadas las especies exóticas hasta que no se conozca lo que realmente provocan. Ana Meehan la define con un término que parece contradictorio, pero que termina de describir lo que sucede en estos casos: “desiertos verdes”.
“Cuando aparece una especie exótica y ocupa los nichos de las nativas, disminuye la biodiversidad, los diferentes tipos de plantas y animales de un lugar”, explica. Esto sucede porque cada elemento de un ecosistema equilibrado “aporta una solución para un problema determinado”. Lo que pasa con las exóticas es que se genera algo análogo a un “monocultivo”, y entonces empiezan a “desaparecer esa diversidad y ese equilibrio que se había gestado antes, y lo que aparece es un desierto verde”.
Además de científico, el ejemplo que da la especialista es sensorial. “Cuando andás por las sierras, si atravesás un bosque de siempreverdes o de ligustros, lo que se verá son palomas o calandrias, y no mucho más. Por lo general hay silencio, no se percibe nada. No hay colibríes, no hay insectos, no hay mariposas. No se escucha nada. Pero basta que uno se aleje y empiece a caminar por un bosquecito de espinillos y chañares para ver y escuchar de todo; la diferencia es impresionante”, grafica.
En general, se estima que solo del uno al diez por ciento de las especies introducidas logra establecerse, y son muy pocas las que se vuelven invasoras. Pero cuando lo logran –como es el caso de los ligustros o las acacias negras–, afectan grandemente al ecosistema, alterando la vegetación natural y el suelo, dominando sobre las otras comunidades, modificando los ciclos del agua, elevando la frecuencia de incendios, reduciendo la diversidad genética, aumentando la erosión, alterando las formaciones geológicas y, sin dudas, generando efectos negativos sobre la vida silvestre.
CÓMO HACER
“La problemática quizás no está instalada en la agenda de los gobiernos, pero sí de la gente”. Con ese optimismo, Ana Meehan se asoma a los caminos de solución o al menos de abordaje para el desafío que implican las especies exóticas. “Creo que de algún modo esto se ha instalado en la cabeza de la gente. Lo estamos haciendo inconscientemente, pero quizás es mejor así”, aclara.
Y parece tener razón, porque hoy la tendencia de elegir especies nativas se ha trasladado de los centros académicos a los estudios de paisajismo, de las revistas especializadas a los viveros de barrio, de los parques experimentales a los jardines de las viviendas y hasta a los balcones, donde un macetero largo bien se puede convertir en “la resistencia” de las autóctonas.
“Esto no pasa por un rechazo a lo que viene de afuera, sino por una forma no solo de ponernos a salvo y frenar un poco todas las complicaciones que traen las especies exóticas, sino también de valorar lo de nuestra tierra”, dice Gabriel Burgueño, especialista de la UBA (Universidad Nacional de Buenos Aires).
“Tiene lógica empezar a elegir especies nativas, porque todo contribuye a un concepto de sustentabilidad. Estas plantas demandarán menos riego, se adaptarán perfectamente al tipo de terreno, sufrirán menos las plagas, usarán menos pesticidas y fertilizantes”, complementa Meehan, convencida de que todavía es mucho lo que se puede hacer, incluso desde los centros urbanos.
“La gente de la ciudad parece valorar de un modo más notorio lo autóctono, y son muchas las veces que hemos ido de trabajo de campo a las sierras, llevando semillas que se produjeron en la capital”, señala la docente cordobesa, coincidiendo con lo que dice Burgueño, su colega de la UBA. “Hoy, ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario son faros culturales en esta materia, y terminan irradiando esa toma de conciencia y esa acción hacia las ciudades más chicas, y desde allí, al campo”.
Tal vez pase por ahí la misión de la “gente de ciudad”: devolver al campo y al medioambiente la capacidad de valorar y defender las especies que alguna vez le pertenecieron.
La más peligrosa
El especialista Gabriel Burgueño no vacila un segundo cuando se le pregunta por la especie exótica más peligrosa que ha llegado a nuestras tierras. “Sin lugar a dudas, la acacia negra”, responde con convicción. Se trata de una especie traída desde los Estados Unidos, con espinas grandes y una vaina enorme, que es comida por las vacas y dispersada por todo el campo.
“Es una especie muy difícil de controlar, porque tiene crecimiento rápido y una dispersión muy ágil gracias a las vacas”, explica este licenciado en Planificación del Paisaje y doctor en Área Urbanismo de la UBA.
“Donde crece, forma bosques puros de la especie que no dejan crecer otras plantas, y, por lo tanto, no habrá vida silvestre de ningún tipo. No hay aves, no hay mamíferos. Es un bosque inerte y expansivo”, sostiene.
Las que sí y las que no
Saber qué plantar y qué evitar dependerá del hábitat de la región donde se viva. No es lo mismo una zona semidesértica que una subtropical. Por eso, lo más recomendable es consultar en un vivero, en un jardín botánico o en una reserva natural o urbana. Allí se pueden obtener fácilmente las listas de las “recomendadas” y las opciones existentes para favorecer el ecosistema regional.
En contrapartida, no estará de más conocer algunas de las especies que ya sabemos que no son de estas tierras y que convendrá evitar. La lista es muy extensa, pero aquí se detallan algunas de las que no conviene utilizar tanto en jardines como en veredas, plazas y paseos:
• Acacia negra
• Ligustros
• Siempreverdes
• Fresnos
• Arces
• Moras
• Cafetos
• Crataegus
• Cotoniaster
• Palmeras (casi todas)
• Cañas (casi todas)