Un fragmento exclusivo de la última novela de Nora Venturini, El lobo se come al perro, protagonizada por su personaje estrella, Débora Camilli, la detective taxista.
Débora se acercó a los autos de la policía con el aspecto inocente de quien pasa por ahí de casualidad. Localizó enseguida a “su hombre”, un joven agente que se había quedado con los vigilantes en los vehículos, mientras los demás colegas se reunían a cierta distancia alrededor de un contenedor de basura.
—¿Qué pasó? ¿Hubo un accidente?
El agente dudó un instante antes de responder: el tiempo para escrutar a la interlocutora y evaluar si era conveniente darle explicaciones. La evaluación tuvo un resultado positivo.
—No… nos llamaron los de higiene urbana. Encontraron a alguien en los contenedores. Estamos esperando la ambulancia.
—¿Alguien que se sentía mal? Porque, sabe, yo hago voluntariado justo ahí, en Cáritas, y muchas veces esta pobre gente que duerme aquí, por el frío…
—No, este no murió de frío, señorita. A este lo mataron. Estamos esperando a los colegas de la Científica para la inspección, por eso no se puede acercar nadie.
—Dios mío, qué terrible… —La policía frustrada fingió estar sorprendida, conmocionada, aterrada. Mientras se ponía a prueba en todos los matices de la actuación, aguzó la mirada hacia el sitio donde, presumiblemente, había tenido lugar el hallazgo, pero desde esa distancia solo pudo divisar una camioneta de AMA estacionada junto al contenedor. Cerca del vehículo, un operario de higiene urbana, más comúnmente llamado “recolector de residuos”, mejor conocido en Roma como basurero, hablaba exaltado con los policías.
Mientras tanto, el hombre de uniforme había vuelto a entrar en el patrullero y estaba comunicándose a través de la radio con la unidad central. El aullido de las sirenas estaba cada vez más cerca. Faltaban pocos segundos para que la ambulancia, la Científica, los cronistas de policiales y todo el circo vinieran a invadir la zona y la escena del crimen se volviera inaccesible. Débora se dijo: ahora o nunca. En realidad, no se dijo nada, actuó y punto. Aprovechó el momento de distracción del policía (también los vigilantes estaban ocupados explicándoles a los automovilistas exasperados el motivo del desvío del tránsito) para escabullirse al ras de la pared, atravesar las vallas y acercarse al lugar del descubrimiento. Escondida detrás de los autos estacionados, avanzó una decena de metros más, hasta que logró entrever algo. La tapa del contenedor de basura estaba abierta y, apoyado mitad adentro y mitad afuera, como si se tratara de una manta vieja, colgaba el cuerpo de un hombre.
Calma y sangre fría, Débora. Nada de emociones. Como si fuera fácil. Las manos, como de costumbre, habían comenzado a temblarle, la camiseta de Intimissimi, obsequio de Jessica, estaba empapada de sudor, y el estómago había llegado a la epiglotis y corría el riesgo de ser expulsado con un golpe de tos. A pesar de esto la taxista Siena 23 sacó el celular e hizo lo único que podía hacer en los pocos segundos antes de que el circo de las fuerzas del orden, inmediatamente seguido, si no precedido, por el mediático, invadiera el set. Lo pasó a modo cámara y se puso a sacar fotos. Después, con la mano todavía temblándole, apretó el botón de video y, desafiando el párkinson, pulsó REC. Intentó poner la imagen en foco, haciendo el máximo zoom posible sobre el cuerpo dado vuelta.
—¡¿Qué está haciendo?! ¡Guarde ese teléfono de inmediato!
Para rodar mejor su película, la camarógrafa improvisada había salido a la intemperie, y así la habían pescado. Una vigilante con mechones rubios, baja de estatura pero de carácter fuerte, se acercaba dando grandes zancadas, con una mirada enfurecida y el dedo índice acusador apuntándola con severidad.
—Muchachita, ¡¿no te da vergüenza?! —Acortando la distancia, la vigilante había notado la joven edad de la infractora y había pasado a modos más expeditivos—. ¡¿Es posible que a ustedes los jóvenes ya nada les dé impresión?! ¿Querés sacarte una selfi también?
—No, lo que pasa es que estoy haciendo… una investigación para la universidad. Sobre la degradación de las grandes metrópolis.
—¡Pero qué degradación! Acá acuchillaron a alguien. Un extracomunitario. Estos se matan entre sí, por asuntos de ellos. Acá no hay ninguna degradación. Y ahora circulá, vamos, que tiene que pasar la ambulancia.
Nora Venturini
Es directora teatral y guionista. Ha escrito varias series y películas para la RAI. Es autora de la novela La hora pico (Edhasa, 2018), la primera investigación policial protagonizada por la taxista Débora Camilli. Sus libros han sido un resonante éxito en Italia y se han traducido al alemán. Está en proceso de producción una serie de televisión basada en ellos.
El lobo se come al perro
Editorial Edhasa