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Construir esperanza

Estudiantes a punto de recibirse de maestras y sus docentes lograron revertir los límites de la educación remota y llegar a 600 chicos de escuelas públicas de Córdoba con materiales didácticos especialmente pensados y elaborados para ellos. Los frutos de una creación colectiva.

Foto Gentileza Paula Basel

En las barriadas populares de las grandes ciudades, atravesadas por múltiples desigualdades sociales y educativas, los gestos generosos y creativos suelen apuntalar el rumbo de ciertos destinos. 

Cuando la pandemia obligó al cierre de las escuelas, muchas familias de los sectores más olvidados se quedaron al margen de la educación virtual (sin acceso a conectividad o a dispositivos), lo que obligó a los docentes a tejer redes comunitarias y alianzas con otras instituciones para sostener la escolaridad de sus alumnos. 

Es el caso de un Instituto Superior de Formación Docente y de dos escuelas estatales de la ciudad de Córdoba que, en un proceso de reinvención colectiva, dieron respuesta a lo que la educación remota no podía. 

De esta manera, 50 estudiantes del último año del profesorado de educación primaria del Instituto Reneé Trettel y sus docentes transformaron sus tradicionales prácticas presenciales en un “taller artesanal” de materiales didácticos para 600 niños de dos vecindarios: Villa Unión y Argüello Norte.  

Coordinadas por profesores del equipo de prácticas y egresadas adscriptas, junto a los equipos directivos de las escuelas Juan Amos Comenio y Lazcano Colodrero las estudiantes convirtieron su residencia docente en una usina de ideas que llenaría el vacío de recursos en sectores carenciados.

“Una pregunta fundamental que nos planteamos era cómo llegar a todos los niños por igual, para que ninguno quedara afuera de la escuela en este momento de tanta fragilidad. Nos preocupaba especialmente repensar cómo sostener el vínculo pedagógico con el otro (niños que tienen que resolver las tareas escolares desde sus casas) y, al mismo tiempo, cómo acompañar experiencias de aprendizaje a la distancia y mejorar las formas de acceso al saber”, apunta Paula Basel, coordinadora del equipo de Práctica IV del profesorado. 

El trabajo intelectual implicó la elaboración de cuadernillos de gran calidad, de primero a sexto grado, con actividades de lengua y literatura, matemática y ciencias para ser exploradas, disfrutadas y compartidas.

“La materialidad y la gratuidad garantizan el acceso a bienes culturales”.
Paula Basel

El proceso colaborativo implicó una planificación pensada también para las familias –algunas sin alfabetizar– y la elaboración minuciosa de recursos didácticos, con dinero obtenido de rifas y sorteos. “Teníamos que pensar en los adultos que acompañaban a los chicos en su casa y en los niños, que el material fuera interesante y accesible”, subraya Basel.

Finalmente, se distribuyeron 400 cuadernos de actividades de Lengua a todo color y con una encuadernación impecable (hasta con cosido japonés); 400 de Ciencias Naturales; 230 de Matemáticas e igual número de Ciencias Sociales; 50 catalejos, 130 bitácoras del astrónomo y 70 rompecabezas del mapa de la Argentina. Todo fue entregado a cada niño en bolsitas de tela confeccionadas también por las estudiantes del profesorado.

Se trabajó con la idea de plurigrado, con propuestas integradoras y con tres tipos distintos de materiales y de complejidad por área. En Ciencias Naturales un eje fue la astronomía, el paisaje celeste y el sistema solar. En Ciencias Sociales el hilo fue la historia del barrio, la urbanización y las problemáticas ligadas al ambiente en el vecindario, la historia del ferrocarril y la del canal de agua.

“Una huella muy significativa de esta experiencia fue la posibilidad de vivenciar y reflexionar el oficio de los maestros como una tarea artesanal que tiene que ver con una mirada sensible de los contextos diversos y con el desafío y la alegría de sentirnos parte de un movimiento de invención a partir de lecturas y producciones ya disponibles, de nuestras mejores herramientas de pensamiento, de indagación, de creación”, piensa Basel.

Se planificaron los ejes, se pensaron las consignas, las ilustraciones, el diseño de los materiales, los títulos, los índices, la edición y la corrección hasta que llegó la impresión, la encuadernación y la distribución. “La materialidad y la gratuidad –señala Basel– garantiza el acceso a bienes culturales; no da lo mismo una hoja de diario o una fotocopia que un material encuadernado”.

Impacto comunitario

Las primeras reacciones de las familias fueron de alegría y agradecimiento. “El día que los entregamos, había fascinación en las caritas tanto de las madres como de los niños”, cuenta Analía Stimolo, directora de la escuela Comenio. “Es una comunidad que se siente muy abandonada, y es muy importante que desde una institución (como Trettel) hayan pensado en ellos y se hagan presentes. Más allá del material mismo, ha tenido un impacto comunitario: hay un sentimiento de ser vistos, reconocidos por alguien que no sea del entorno”, apunta Stimolo. Asegura, además, que los materiales fueron de gran valor para los alumnos, que habían transcurrido la primera parte del año con serias dificultades para acceder a dispositivos tecnológicos o a wifi y se manejaron con la impresión de fotocopias que las maestras cubrían de sus bolsillos y con los cuadernillos del Ministerio de Educación de Nación.

“No pudimos participar de la entrega, pero cuando mandaron las fotos de los chicos se veía una sonrisa a través del barbijo que llenaba el espíritu. Estaban muy contentos con algo diferente, les abre otra puerta, les muestra que hay una salida diferente a la que están acostumbrados o en la que conviven. A través de la educación se puede conseguir esperanza. Fue acercarles un poco de igualdad”, concluye María José Riera, una de las alumnas del profesorado. 

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