En toda relación surgen conflictos que deberían resolverse discutiendo de manera creativa, pero, por el contrario, muchas veces estos terminan socavando el vínculo. Claves para llegar a acuerdos saludables y constructivos.
Las discusiones son inevitables, ya que forman parte del universo de las relaciones humanas. Cada quien entiende el mundo desde su perspectiva, sus creencias y sus experiencias, o sea que en cualquier controversia cada una de las partes posee una visión particular –la propia– a través de la cual intenta imponer su punto de vista, porque cree sinceramente tener la razón.
El problema es que muchas veces no se escatiman recursos para hacer prevalecer esa postura, por lo que son comunes los gritos, las burlas, los reproches, las ofensas, las frases hirientes que no expresan lo que se siente, pero que igual sirven para “ganar”, y es entonces cuando las cosas se salen de control.
Lo que sucede a continuación es que si las discusiones se ganan, el precio que se paga puede ser muy alto: nada más y nada menos que el resquebrajamiento del vínculo.
POR QUÉ SE DISCUE
Más allá de los motivos que la originan, en una controversia lo que prima es el deseo de ejercer un cierto poder sobre el otro, de superarlo. Carlos Margiotta, presidente de la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina (APSRA), señala que “la verdad que uno destaca en una discusión es relativa, es un aspecto, una parte, una fracción de la realidad. Por eso, cuando uno discute no escucha al otro, sino que escucha los argumentos que da para rebatirlo, porque escucharlo implica dejarse penetrar por el discurso del otro, y en una discusión uno piensa que puede desaparecer si el otro impone su criterio. Lo ideal sería discutir para ver si se llega a un acuerdo, pero lo cierto es que se discute para reafirmar los desacuerdos, para dejar en claro cuál es la posición de uno y del otro”.
“No tener ‘ni un sí ni un no’ es como poner la basura debajo de la alfombra”.
Carlos Margiotta
En una disputa, la culpa siempre es del otro; difícilmente se piensa en la responsabilidad que le cabe a cada uno, y esa premisa constituye una valla compleja de superar cuando la otra parte piensa de idéntica manera.
Pero si “llevarse puesto” al otro en una discusión es malo, no confrontar nunca también lo es: “Una de las riquezas de una pareja está en la discusión. No me refiero a la pelea, sino a la discusión creativa, al intercambio entre dos –asevera el especialista–; toda pareja debería discutir en ese sentido. No tener ‘ni un sí ni un no’ es como poner la basura debajo de la alfombra, porque toda la vida es un conflicto: no hay pareja, no hay vínculo, no hay grupo si no hay conflicto. Además, entre dos no existe solamente el conflicto con uno mismo sino con la relación con el otro, por cuanto deben ser lo suficientemente inteligentes para superarlo; y si lo hacen, pasarán a otro nivel de conflicto o a otro conflicto”.
Esto, lejos de perjudicar la relación, puede incentivar y profundizar los lazos que la unen si se discute en forma productiva y saludable.
ESTRATEGIAS CONSENSUADAS
El modo de conducirse durante una discusión puede causar rispideces o enriquecer un vínculo si se aborda el conflicto adecuadamente, para lo cual es preciso atender algunas cuestiones:
• Utilizar WhatsApp u otra mensajería instantánea como paso previo a la discusión es una buena idea para ir anticipando el problema y no tomar por sorpresa al otro, a la vez que permite que cada uno vaya bajando el nivel de agresión y pueda pensar qué va a discutir y cómo.
• No dejarse guiar por las emociones. Arrancar un debate recriminando de mala manera, gritando u ofendiendo al otro puede originar una escalada que lleve a un punto sin retorno. El psicólogo social aconseja que “es necesario controlarse, porque uno termina peleándose por estar gobernado por las emociones –que no son racionales– y no por la inteligencia”.
• El planteo debe centrarse en la acción que dio lugar al conflicto y cómo afectó a quien formula la queja, sin criticar al que supuestamente la provocó, para evitar que se ponga a la defensiva y se inicie un duelo verbal que no conduzca a nada.
• Hay que tener empatía por el otro, para saber ponerse en su lugar y poder pensarse a uno mismo como parte responsable de esa discusión: “Siempre hay algo mío y algo del otro –enfatiza Margiotta–, y aunque yo me fije más en la parte del otro que en la propia, debería obligarme a pensar qué cosas mías me molestan para discutir con esta persona. Reconocer los errores del otro es fácil, pero admitir los propios es lo más difícil. Lo que debería trabajar entonces es ‘¿Qué me pasa, por qué me enojo por esto?’”.
• Se debe evaluar con claridad lo que uno aceptaría negociar y lo que no. Explica el experto: “Cuando tomás la decisión de sentarte con el otro, tenés que pensar qué cosas accedés a dejar de lado y hasta qué punto estás dispuesto a ceder. La opción ganar-ganar es que los dos accedemos a hacer concesiones, es decir que si ambos queremos salir beneficiados, vamos a tener que estar dispuestos a perder algo”. Cuando la discusión acontece en el seno de una pareja, “el que más ama es el que más cede y el que está en mejores condiciones de sacar a flote la relación”, añade.
• Es necesario hablar con respeto y sinceridad, y escuchar lo que el otro tiene para decir, sin interrumpirlo y manteniendo el contacto visual, recordando continuamente que se debate para arribar a acuerdos que fortalezcan el vínculo.
Saber pedir perdón
Es usual que durante una discusión se enrostren cosas irresueltas del pasado, se reaccione mal o se pronuncien expresiones que pueden lastimar y mucho al otro, por lo que es preciso disculparse de inmediato. Sin embargo, no todas las personas son capaces de pedir perdón o de perdonar: “El perdón es algo muy difícil de asumir; a algunos les cuesta pedirlo y a otros les cuesta perdonar –explica Margiotta–. A veces se exagera la herida que provocó el otro y se pone en primer plano esto de ‘Me heriste, me atacaste, yo no merecía esto’ en lugar de poner el foco en lo que se está tratando”.
Por otra parte, con frecuencia quien ofendió percibe la disculpa como un retroceso en la discusión, y lo cierto es que no alcanza con saber que se ha procedido mal. En estos casos es imperioso dejar el orgullo de lado y, sin intentar justificarse, expresarle al otro con sinceridad que lo siente y que no volverá a ocurrir.