Fragmento exclusivo de Venenos de Dios, remedios del Diablo, primera novela que se publica en la Argentina del gran escritor africano Mia Couto.
El médico Sidonio Rosa se inclina para atravesar la puerta, con el respeto de quien penetra en un vientre. Realiza una visita a la familia de Bartolomé Sozinho, el mecánico jubilado de Villa Cacimba. En la puerta, la esposa, doña Munda, no desperdicia palabra ni gasta sonrisa. El peso del momento recae sobre el visitante que interroga:
—Entonces, ¿nuestro Bartolomé está bien?
—Está bien para seguir tumbado, con la vela y el misal.
La voz ronca parece distante, contrariada, como si le costase el asunto. El médico cree no haber entendido. Es portugués, recién llegado a África. Replantea la pregunta:
—Yo le preguntaba, doña Munda, sobre su marido…
—Está muy mal. Tiene ya toda la sal esparcida por la sangre.
—No es sal, es diabetes.
—Él lo niega. Dice que si él es diabético, yo soy diabólica.
—¿Siguen discutiendo?
—Afortunadamente, sí. Ya no tenemos otra cosa que hacer.
—¿Sabe lo que pienso, doctor? Que las discusiones son nuestros votos de amor.
La dueña de la casa se detiene en mitad del pasillo, se coloca un mechón del cabello bajo el pañuelo como si aquella porción capilar fuese el último vestigio de su sensualidad.
—Dígame, doctor, ¿no será que a Bartolomé le ha atacado esa enfermedad que corre ahora por la aldea?
—No, esa es otra enfermedad.
—Hace poco pasó por la calle uno de esos hombres enloquecidos, agitando los brazos, parecía que quería volar.
—El puesto de salud está lleno de ellos, casi todos son soldados.
—¿Sabe cómo los llama la gente del pueblo? Los llaman desandariegos.
—Sí, ya lo sabía. Es un bonito nombre: desandariegos…
—¿Cree que es una maldición?
—Eso no existe, doña Munda. Las enfermedades poseen causas objetivas.
Munda toca a la puerta de la habitación, la fortaleza donde el viejo se ha encerrado y ensombrece desde hace meses. Espera la malhumorada respuesta de Bartolomé. En vano. Doña Munda no escatima los nudillos de los dedos y, de nuevo, golpea la puerta. Cauteloso, el doctor Sidonio le pide que se contenga.
—A lo mejor está durmiendo. Vengo más tarde…
—Ese fulano se va a despertar.
A veces lo llama fulano, otras reduce el nombre de su marido a Barto. Ahora, con el rostro apoyado contra la madera, la mano de Munda sacude el pestillo. Por fin, el hombre se hace oír:
—¿Por qué?
Desde que llegó allí, a Sidonio Rosa le extrañan muchas cosas. Por ejemplo, ahora, la pregunta debería ser: “¿quién es?”. Pero doña Munda ya ha anunciado: soy yo con el doctor. El hombre refunfuña que el médico entre solo, porque la esposa solo le altera el pulso, que la parta un rayo, con todo el respeto.
Esperan fuera a que abra la puerta. Entretanto, doña Munda le va traduciendo al médico portugués los sonidos pastosos que se van colando a través de la puerta. Se escucha al viejo Bartolomé levantándose del sillón, lento como lava fría; se escuchan sus gemidos mientras se dobla para ponerse los calcetines. Ahora, dice Munda, ahora además tendremos que esperar a que se estire los calcetines hasta cubrirse las rodillas.
Mia Couto
Mozambique, 1955. Es uno de los escritores africanos más destacados del último medio siglo. Sus libros, originalmente escritos en portugués, fueron traducidos a numerosas lenguas, y publicados en más de 30 países. Recibió el Premio Camões de Literatura 2013 y el prestigioso Premio Internacional de Literatura Neustadt 2014. Estuvo entre los seis finalistas del Premio Internacional Man Booker 2015 y en 2017 fue preseleccionado para el International Literary Award de Dublín.