Distintas encuestas y mediciones buscan poner en cifras la alegría de vivir que experimentan los humanos. Otros aconsejan cómo encontrarla y disfrutarla.
Por Magalí Sztejn
Ser feliz es un sentimiento tan personal que difícilmente pueda ser estandarizado o medido en una estadística. Así y todo, hay quienes intentan hacerlo. De hecho, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los 36 países más desarrollados, desde hace diez años recomienda a los gobiernos que midan el nivel de bienestar de sus poblaciones. Sin embargo, casi todas las iniciativas más prolíficas en este sentido corren por cuenta de entes privados, como el Instituto Coca-Cola de la Felicidad, que publica cada año un informe denominado “Barómetro de la Felicidad”, que combina datos objetivos sobre condiciones de vida y entrevistas personales.
También el muy reciente estudio “Felicidad Global 2019”, realizado por la consultora Ipsos, con base en París, midió la felicidad en 28 países. El resultado, dado a conocer en septiembre pasado, arrojó que el 64 por ciento de las personas que respondieron la encuesta se consideran felices. Al desglosarlo por países, surge que Australia y Canadá son los que muestran la mayor cantidad de gente feliz, con un 86 por ciento de personas que dicen serlo. A su vez, uno de los motivos de felicidad más votados fue “sentir que se tiene el control de la propia vida”.
Muchas personas eligieron ponderar la salud y el bienestar físico, la relación de pareja y los hijos, la seguridad personal, la buena alimentación, tener amistades y contar con ratos libres para el ocio. El dinero, por su parte, fue un motivo de felicidad muy votado en China, Francia, Italia y Japón, mientras que el bienestar religioso y espiritual fue el preferido en Malasia y Arabia Saudita, dos países oficialmente musulmanes.
A propósito de esta encuesta, la socióloga Cecilia Arizaga, autora del libro Sociología de la felicidad (Biblos, 2017), advierte que en general los valores más mencionados en las respuestas tienen que ver con variables de tipo cualitativo. Es decir, no se pueden expresar en números, sino que tienen que ver con los afectos y otros factores que “aportan certezas y seguridad a las personas en su esfera íntima, de modo que funcionan como un buen contrapeso frente a la incertidumbre que envuelve hoy a las relaciones laborales y lo efímero de las posesiones materiales”, explica.
Pero, sin duda, el resultado más incómodo que arrojó el estudio “Felicidad Global 2019” es que la Argentina resultó ser el país con el índice más alto de infelicidad de todos los países donde se realizó la encuesta. Esto no significa que seamos el más infeliz del mundo, porque la encuesta no tuvo ese alcance, pero, de todas formas, solo el 34 por ciento de las personas encuestadas respondió que era feliz.
MI MUNDO PRIVADO Y PÚBLICO
En relación con la baja performance de la felicidad en la Argentina, la coach Lidia Muradep, directora de la Escuela Argentina de Programación Neurolingüística y Coaching, apunta que este resultado “se explica en el contexto de todo lo que pasó en el país este año”. Pero acota que, así y todo, el bienestar puede manifestarse incluso en contextos desfavorables: “Quizás a alguien no le guste su trabajo, pero sí disfruta cuando toman en cuenta su opinión o los espacios en que se junta con sus compañeros”, ejemplifica.
En ese sentido, Muradep opina que, en lugar de medir la felicidad, “lo que habría que medir es el tiempo en que uno es consciente de estar viviendo el aquí y ahora; o lo que nos dura la felicidad de hacer algo que nos gusta, ya sea ir a una clase de pintura o visitar a los nietos”. Explica que, en general, “este placer se palpita por anticipado y su efecto benéfico posterior puede mantenerse varios días”. Además, sugiere que un buen ejercicio para llevarlo a cabo es “tomar nota de las cosas que nos dan más felicidad y programarlas en nuestra rutina en forma consciente”.
“Más que medir la felicidad, lo que se debería calcular es el tiempo que pasamos disfrutando de las cosas que nos gustan”.
Lidia Muradep
Otro intento de medir el bienestar de las personas es el “Informe Mundial de la Felicidad”, que publica anualmente la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas. Este reporte clasifica a 156 países de acuerdo con lo felices que declaran sentirse sus habitantes, y, al menos hasta ahora, suele ubicar en primer lugar a Dinamarca.
Quienes viven en ese país escandinavo suelen manifestar que, además de la prosperidad económica y las eficaces políticas públicas de seguridad social, un factor de bienestar es el que aporta la filosofía hygge –cada vez más difundida gracias a los libros publicados por sus “gurúes”–, que propone cultivar ritos domésticos placenteros como reunirse junto al fuego y degustar tazas de chocolate caliente a la luz de las velas, muy adecuados para los inviernos crudos de esas latitudes.
Lejos de esos paraísos de bienestar, la psicoanalista y escritora Lila María Feldman, autora del libro Sueño, medida de todas las cosas (Topía, 2017), advierte sobre el riesgo de que ser feliz pueda convertirse en un “mandato social que lleve a identificar la felicidad con el éxito personal, y así marginar a quienes no lo consigan”. Es decir, una suerte de “happycracia” o “gobierno de los felices”, según la definición del psicólogo español Edgar Cabanas y la socióloga israelí Eva Illouz.
En cambio, Feldman postula que la felicidad “incluye en su definición la posibilidad de atravesar distintas crisis y conflictos a lo largo de la vida”, y concluye que la felicidad, en definitiva, “se encuentra en el cumplimiento de deseos y sueños genuinos, no en perseguir espejismos y conformarse con consuelos”.
La felicidad en Atenas
Pablo Dreizik, profesor e investigador de la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, explica que la felicidad fue un tema de debate ya desde la antigua Grecia: “Los filósofos epicúreos trataron de alcanzarla a través del hedonismo y el placer, mientras que los estoicos lo hicieron a través de la resignación frente al destino y la aceptación del dolor”. En cambio, Aristóteles planteó que la felicidad “solo es posible en la polis, ya que es un asunto público y no un logro individual”.