Las dos escenas que leyó para presentarse al casting fueron suficientes para que deseara hacer el papel de Gustavo en Las buenas intenciones. “La película tiene algo muy honesto y sensible. Me dieron ganas de ponerle el hombro”, cuenta.
El personaje surge de la vida real, pero no es cualquiera, sino el padre de la directora Ana García Blaya, quien escribió la historia para homenajearlo. “Había algo de carismático y de querible en la persona. Me suele pasar que me llaman para hacer personajes empáticos”, reflexiona Javier Drolas. Dice que, al final, logró una interpretación cálida, en sintonía con la corriente de amor que atravesó todo el rodaje.
Apasionado por el cine y el teatro, algunas de sus experiencias son la interpretación de Toti Giménez en Gilda, no me arrepiento de este amor y conformar el elenco de obras como La terquedad.
Entre tanta superproducción, cree que historias como las de García Blaya tienen un plus. “Son películas que te tocan una fibra íntima, te hacen sentir particularmente vivo, porque hacen vibrar las emociones más profundas. El formato soporta entretenimiento y otras opciones, pero el límite es cada vez más difuso porque la industria aprende a reproducir el arte con mucha fidelidad, aunque con menos autenticidad”.
- ¿La última película que viste?
Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar.
- ¿Una que recomiendes?
Parasite, de Bong Joon-ho.
Las buenas intenciones
Amanda y sus hermanos conviven alternadamente con sus padres divorciados. Pero un día, su mamá propone una alternativa fuera del país, lejos de la desprolija vida de su padre. Y a Amanda esta propuesta la pone en jaque.
Basada en su vida real, es la ópera prima de la directora. Tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Toronto y participó del Festival de San Sebastián.