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Granjas en las grandes ciudades

Lo que hasta hace poco era visto como un proyecto futurista ya es una realidad en el mundo y una fuente de alimentos locales, saludables y ecológicos.

Foto Pablo Oliveri

Lechugas cultivadas en edificios? ¿Hojas de albahaca que pueden ser más suaves gracias al color de la luz con la que se las ilumina? ¿Orégano con perfume más intenso debido a que recibió la cantidad exacta de humedad en una habitación en medio del desierto? Todo eso es posible en las nuevas granjas verticales, en las cuales el cultivo de alimentos se realiza en estructuras de varios pisos en plena urbe.
En estos sistemas es común que las plantas se cultiven con hidroponía (que usa soluciones minerales en lugar de la tierra) o aeroponía (que rocía las raíces colgantes y el bajo tallo de las plantas con minerales disueltos en agua), y con un uso intensivo de tecnología. Se pueden cultivar hortalizas, flores y plantas aromáticas, rabanitos, zapallitos, berenjenas, papas, tomates, lechugas y hasta melones o sandías en un espacio reducido.
De esta manera, la agricultura 4.0 resuelve el problema de la falta de tierra cultivable y el del transporte por largas distancias desde el campo, reduciendo la emisión de gases contaminantes y el gasto de combustible y logística. Tampoco usa pesticidas y herbicidas tóxicos, es apta para zonas con entornos hostiles y reduce la susceptibilidad al cambio climático y la crisis alimentaria. Además, sus promotores garantizan que es menos costosa que la agricultura tradicional.

“En Tierra del Fuego la verdura cuesta una fortuna, porque deben traerla de 3000 kilómetros de distancia. Ahí creo que podría funcionar”.

Francisco Pescio

Según Urban Crops, una empresa belga especializada en cultivos de interior con sistema led, las plantas crecen el doble o el triple de rápido que en el exterior. Su granja produce, en 30 metros cuadrados de laboratorio, hasta 220 lechugas por día y emplea apenas el 5 por ciento del consumo de agua que necesita la agricultura tradicional.
“En zonas donde la verdura es cara o difícil de producir en gran parte del año, y donde la tecnología no es tan costosa, pueden andar bien”, explica a Convivimos Francisco Pescio, técnico del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y coautor del libro Mi casa, mi huerta, técnicas de agricultura urbana. Se llaman “granjas” y no “huertas” porque algunas incluyen la posibilidad de combinar el cultivo de plantas con la cría de aves de tipo doméstico, así como de peces, moluscos y crustáceos, entre otros. Las hay de diferentes diseños y que usan diversas técnicas, pero siempre están atadas a un concepto de sustentabilidad, por lo que suelen utilizar fuentes de energía limpias para su
funcionamiento. “Reciclan el agua y ponen luces led con cierta combinación de colores. Depende de la combinación, hacés que las plantas sean más suaves, más picantes, se personaliza el sabor. No gastan en agroquímicos porque no hay mucha posibilidad de enfermedades. Está todo controlado”, detalla Pescio.

TECNOLOGÍA VERDE
La idea original data de 1999. Nació en el laboratorio de microbiología de la Universidad de Columbia de Nueva York, de la mano del profesor Dickson Despommier y un grupo de estudiantes. Despommier calcula que una granja vertical de 30 pisos podría alimentar a más de 10.000 personas y vaticinó que en medio siglo el mundo será capaz de producir la mitad de sus alimentos con estos sistemas.
Esto, que puede parecer futurista en esta parte del mundo, ya es una realidad en China, Singapur, Taiwán y los Estados Unidos. En Linköping, Suecia, la firma Plantagon está construyendo una granja triangular de 17 pisos. En Lyon, Francia, la empresa Atos se encuentra desarrollando un emprendimiento similar, el Proyecto de Agricultura Urbana Digital. Y en otros países, como Corea del Sur, las granjas son impulsadas por el Gobierno en busca de seguridad alimentaria.
Con el correr de los años, las granjas fueron incorporando tecnología de última generación, soluciones digitales y agricultura de precisión con tablets y realidad virtual para diagnósticos y resolución de problemas. Pero hay quienes se oponen a ellas por considerar que la agricultura tradicional es más simple y eficiente, y porque no requiere los sofisticados equipos que emplean los nuevos edificios. Su participación en la producción mundial de alimento todavía no es representativa. “La tendencia real a nivel global de cuánto producen de alimento estas granjas es ínfima. Me parece que es algo en evolución, pero no está del todo cerrada la tecnología. No es ni el uno por ciento de la producción mundial de verdura”, asegura Pescio.

DIRECTO AL CONSUMIDOR
A pesar de sus detractores, las vertical farms, como se las conoce en el mundo, siguen avanzando en su desarrollo y ya llegaron a supermercados, restaurantes y bares de Alemania, Suiza y Francia. Con una escala mucho menor y el esfuerzo conjunto de granjeros urbanos, ingenieros, científicos, arquitectos y diseñadores, nacieron las microgranjas verticales. De esta manera, los consumidores pueden llevarse las lechugas y hierbas frescas orgánicas directo desde las góndolas. Estos módulos apilables están pensados para acomodarse en espacios reducidos y suelen incluir recetas de cultivo para adaptarse a diferentes condiciones de luz, temperatura y nutrientes, y así garantizar el máximo potencial de cada planta. Incluyen sensores que recopilan y registran los datos de crecimiento de cada granja, cuyo rendimiento se controla de forma remota. ¿Y en la Argentina podría funcionar? “Con los precios de las verduras, la inversión en este momento no creo que se canalice para ese lado. En la Patagonia puede existir un nicho, porque tenés muchísimo viento o frío. En Tierra del Fuego la verdura cuesta una fortuna, porque deben traerla de 3000 kilómetros de distancia. Ahí creo que podría funcionar”, analiza Pescio. Y agrega: “En Buenos Aires hay algunas experiencias comenzando. No son 4.0, pero sí de hidroponía, en Escobar y Pilar. Hacen verdura, en general de hoja porque es lo más fácil, y la venden fresca a supermercados y restaurantes. Tienen nichos muy específicos y pagan diferenciales de precios altos. Es interesante. Cuenta con potencial”.

CON LA AYUDA DEL MAR
En Dubái se ideó una solución que llevó el concepto un paso más allá al incorporar a los sistemas de refrigeración y humidificación de una granja el uso de agua salada. Al crear un flujo húmedo y fresco, los cultivos necesitan poca agua, ya que no están estresados por una transpiración excesiva. La falta de agua dulce en esa zona es un problema, tanto como la dificultad para conseguir vegetales locales, el transporte y el valor del suelo. Las granjas verticales son, en estos casos, la opción ideal.

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