Comemos mal, elegimos peor, y nada parece mejorar esta tendencia. El etiquetado frontal en los envases de alimentos surge como una iniciativa para modificar hábitos y favorecer elecciones saludables. Chile hizo la punta en la región, y es probable que en 2020 tengamos un sistema unificado.
Ilustraciones: Pini Arpino
El diagnóstico no parece alentador: “El argentino consume el triple de azúcar que la permitida por la Organización Mundial de la Salud”. La definición pertenece a la directora de Promoción de la Salud y Control de Enfermedades Crónicas No Transmisibles de la Nación, entrevistada en Radio Nacional en abril pasado. Verónica Schoj es la funcionaria que viene impulsando, desde el sector público, el avance en políticas que efectivamente logren torcer la que es considerada una verdadera epidemia en pleno siglo XXI: la obesidad.Datos oficiales de la 4° Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR) realizada durante 2018 señalan que en la Argentina aumentaron el sobrepeso, la obesidad, la diabetes y el sedentarismo. El 61,6 por ciento de los habitantes tiene exceso de peso, de los cuales 25,4 por ciento padece obesidad. La información difundida por la Secretaría de Salud, conducida por Adolfo Rubinstein, confirma el avance de la epidemia, más aún si se tiene en cuenta que ya abarca casi a un cuarto de la población y que desde 2005 aumentó casi 11 puntos porcentuales.
Ante un problema de tal magnitud, es lógico pensar que las soluciones no sean sencillas ni tampoco únicas.
El abordaje obliga a implementar una serie de medidas interrelacionadas, la mayoría vinculadas con la educación.
Una de ellas es el etiquetado frontal de los alimentos, “una herramienta que brinda información de manera gráfica en los envases de los productos” con el objetivo de “garantizar una información veraz, simple y clara al consumidor respecto del contenido nutricional de los alimentos y las bebidas para mejorar la toma de decisiones en relación con su consumo”, según informa el sitio de la cartera de Salud.
“El argentino consume el triple de azúcar que la permitida por la Organización Mundial de la Salud”.
Verónica Schoj
Un documento del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA) publicado en junio del año pasado señala que “los factores alimentarios determinantes del sobrepeso y la obesidad se originan en el mantenimiento de un patrón alimentario poco saludable, distante de las recomendaciones de las guías alimentarias”.
Este “poco saludable” patrón alimentario se da, por un lado, por “bajos consumos de los alimentos considerados más saludables” y, por el otro, por “excesos de los de calidad más baja y también altos consumos de harinas, panificados, pastas de harina y sus derivados”, sostiene el mismo documento. Tan simple como eso, y a la vez tan difícil de resolver.
BIEN A LA VISTA
Para Sergio Britos, médico nutricionista, director de CEPEA y docente de la Universidad Católica Argentina (UCA), no tiene sentido debatir sobre los sistemas de etiquetado frontal de alimentos si no se está transitando antes “una hoja de ruta que conduzca a la adopción de medidas convergentes de política pública para promover una alimentación saludable y garantizar la seguridad alimentaria de toda la población. El etiquetado frontal es una más de esas medidas; no es ni la única ni la más importante”, señaló ante la
consulta de Convivimos.
Actualmente existen diferentes modelos de etiquetado en el mundo, aunque pueden catalogarse en tres grandes grupos.
Por un lado, están los informativos, que se limitan a incluir un rotulado obligatorio con la información más relevante de los alimentos envasados, como las calorías y los nutrientes críticos (que son los ácidos grasos saturados, los azúcares y el sodio). Este es el sistema que ha implementado México.
Luego están los sistemas de advertencia, cuya finalidad es alertar en el frente del envase cuando un alimento posee un elevado contenido de alguno de esos nutrientes críticos, y por lo tanto se desaconseja su consumo.
Estas advertencias se suelen presentar con formatos gráficos llamativos, como lo son el sistema de “semáforo” que está en vigor en Ecuador o el de octógonos negros, implementado desde hace cuatro años en Chile y próximamente en Uruguay. También pueden incluir frases de advertencia.
El tercer grupo es el etiquetado interpretativo o de síntesis, en el cual no solo se consideran los valores de esos nutrientes críticos (grasas, sales y azúcares), sino que también se valoran otros nutrientes esenciales “positivos”, como proteínas, fibras, frutas y demás. Sobre la base de esa información y de una fórmula, se conforma un puntaje que luego se presenta en una escala de colores o de letras. El modelo más conocido es el Nutriscore, implementado en Francia, que trabaja una escala de cinco colores, del verde al rojo, y letras, de la A a la E. Esto permite al consumidor identificar rápidamente la calificación de un producto, y eventualmente le facilita compararlo con otro de la misma variedad y en ello fundamentar su elección.
EL CAMINO DE LA ARGENTINA
Como sucede con otros temas, en la Argentina esto es también motivo de polémica. La elección de cuál método implementar no pareciera ser una cuestión sencilla de resolver, teniendo en cuenta que cada sistema ha demostrado fortalezas y debilidades. Por caso, el método informativo es sin dudas el preferido por la industria, fundamentalmente porque se limita a dar los datos, aunque en la práctica demuestra que es el que menos desalienta los consumos nocivos. Este es el elegido y recomendado por la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios del Mercosur (CIPAM), compuesta por cámaras industriales de Brasil, Argentina (Copal), Uruguay y Paraguay. En su declaración de Brasilia, en julio del año pasado, manifiestamente se inclinan por una definición conjunta de “un modelo de etiquetado nutricional que sea informativo, educativo y eficiente”. El problema es que en las diversas mediciones que se han realizado este modelo es el que menos resultados logró entre los consumidores. Por esa razón, desde los sectores vinculados a la salud prefieren enfocarse en los sistemas de advertencia o los interpretativos.
El informe de CEPEA recopila estudios en diferentes países (incluida la Argentina) y ha logrado documentar que los sistemas de “advertencias” son más efectivos a la hora de desalentar los alimentos desaconsejables, aunque en contrapartida no logran fomentar adecuadamente los que sí son recomendados por las guías alimentarias. A la inversa, los sistemas interpretativos son más específicos a la hora de ser interpretados por los consumidores, pero resultan menos “agresivos” en relación a los alimentos no recomendados.
“No tiene sentido debatir sobre los sistemas de etiquetado frontal si no se adoptan políticas públicas para promover una alimentación saludable y garantizar la seguridad alimentaria. El etiquetado frontal es una medida más”.
Sergio Britos
“El tema está siendo muy discutido y todavía no hay posición tomada sobre él”, explica Sergio Britos. En el proceso están interviniendo dos áreas del gobierno: la Secretaría de Salud y la Secretaría de Comercio, en el ámbito del Ministerio de Producción. “Ha habido miradas diferentes sobre el asunto y preferencias sobre los distintos modelos, y recién en mayo se han comenzado a licuar las diferencias que también tenemos nosotros en el mundo académico, científico y profesional”, asegura el médico nutricionista.
Britos –junto a un grupo de becarios del CONICET que integran la organización que él dirige– no esconde su preferencia por el sistema Nutriscore. “Es el que ha mostrado mejores resultados a lo largo del tiempo”, argumenta. En tal sentido, si bien no es manifiestamente crítico con el sistema de octógonos negros, no es el que CEPEA considera más efectivo. “Es cierto que en una primera instancia resulta efectivo a la hora de desalentar productos no recomendables. Sin embargo, con el paso del tiempo ha demostrado un amesetamiento por parte de los consumidores, al encontrar demasiados productos con estas advertencias.
En algún punto, genera la sensación de que ‘todo es perjudicial, entonces no tengo alternativas’”, analizó.
CONSENSO PARA LA REGIÓN
Más allá de las iniciativas que ya han tomado algunos países, hay consenso en que se tiene que avanzar hacia un sistema único en todo el Mercosur o incluso en la región. “Estamos convencidos de que el Mercosur es el ámbito donde debemos consensuar un modelo de etiquetado frontal de carácter indicativo, para evitar perjudicar el comercio intrazona”, declara el presidente de la Copal, Daniel Funes de Rioja.
Por esta razón, Argentina y Brasil, los dos principales productores y consumidores del continente, están buscando un acuerdo que permita una implementación consistente con las demás políticas de salud alimentaria. Es probable que en 2020 se logre poner en marcha un sistema único de etiquetado frontal.
Igual, quienes están comprometidos en el desafío de atacar la epidemia de la obesidad tienen en claro que el etiquetado frontal de alimentos, necesario por cierto, es solo una de las tantas estrategias que se deben implementar. “Con eso solo no alcanza”, aseguran.
RELEVANCIA DE LA INDUSTRIA
En términos de desarrollo regional:
• La industria de Alimentos y Bebidas ocupa alrededor de 400.000 puestos de trabajo, lo que la convierte en
una de las que más empleo crea en la Argentina.
• Es una Industria federal, presente en todas las regiones productivas.
En términos de posicionamiento internacional:
• Se estima que Argentina es el 7° productor mundial de alimentos y bebidas, el 13° exportador, y cuenta con
una participación del 2,3% en el comercio global de alimentos.
• Los alimentos argentinos llegan a más de 180 mercados mundiales.
• En determinados productos Argentina ocupa el primer lugar como exportador y en otros el segundo y el tercero. A modo de ejemplo se hallan en el primer puesto el aceite de soja, el jugo de limón y el aceite de maní. La segunda y tercera posición en el ranking mundial de ventas, lo ocupan, entre otros, las peras, la miel, el aceite de girasol, el jugo de uva y el ajo.
Fuente: Informe Rotulado Frontal – Secretaría de Gobierno de Agroindustria (2018)
PERFILES NUTRICIONALES
Más allá de la polémica sobre cuál es el método más apropiado para etiquetar los alimentos, donde pareciera jugarse la verdadera partida es en los perfiles nutricionales. La determinación de que a un producto le pongan un octógono negro de advertencia en su frente depende de un criterio prefijado que evalúa sus componentes. Y es a la hora de fijar esos criterios donde se decide la cuestión. Por eso los entendidos aseguran sin titubeos que es ahí donde se juegan los verdaderos lobbies de la industria alimentaria. ¿Costará llegar a un acuerdo saludable?