Declarado Patrimonio de la Humanidad, el yoga sigue creciendo en adeptos y en ofertas de formación profesional. En la Argentina lo practican más de 80 mil personas. Bálsamo, ciencia, filosofía. Una disciplina milenaria cada vez más actual.
Por Marité Iturriza
Fotos Gentileza Yoga Clásico y Científico Arturo García
Foto Rodrigo Soria
Si bien no se sabe con exactitud cuántas personas lo practican hoy en la Argentina, los centros consultados coinciden en señalar que el número de alumnos ha crecido de manera sostenida. Una de las estimaciones lleva la cifra a más de 80 mil.
“Cuando meditamos o practicamos yoga en grandes grupos, el efecto es más poderoso”. Lorena Beltramo
Cada vez hay más gimnasios que dictan clases, así como libros, indumentaria y sitios especializados donde ofrecen sesiones on-line, describen y analizan esencias naturales para el cuerpo y el ambiente, comparten secretos de belleza y hasta discuten sobre el material con el que están hechas las colchonetas para hacer los ejercicios.
Según el diario El País de España, la industria generada alrededor de esta disciplina mueve 30 mil millones de dólares al año en todo el mundo. Entre las naciones de Occidente con más adeptos, Estados Unidos está a la cabeza. Se calcula que allí lo practican de manera regular casi 20 millones de personas, frente a los 5 millones que lo hacían en 2001.
También tiene su Día Mundial –el 21 de junio– y en 2016 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. “El yoga es una práctica que mejora la calidad de las energías vitales mediante la respiración profunda y acrecienta su circulación en las áreas glandulares”, señaló Indra Devi, quien fue la más importante impulsora de la disciplina en Occidente.
El 21 de junio del año pasado, en la India, se congregaron cientos de miles de personas a meditar y practicar yoga. En la Argentina, para la cumbre del G20, el primer ministro indio, Narendra Modi, encabezó una multitudinaria clase pública organizada por la sede local de El Arte de Vivir junto al Gobierno de India. Ese día, en la Rural de Palermo, el mandatario hizo un llamado a “concientizar sobre la paz en el mundo a través de esta disciplina milenaria”.
“Cuando nos reunimos, el efecto de lo que hacemos se expande. Es como cantar: no es lo mismo hacerlo solo que en un coro. Cuando meditamos o practicamos yoga en grandes grupos, el efecto es más poderoso”, explica Lorena Beltramo, abogada, periodista y, desde hace diez años, dedicada a transmitir técnicas de respiración, meditación y yoga en El Arte de Vivir. Todos los años, la institución organiza “América Medita”, un evento que se desarrolla simultáneamente en distintas ciudades del continente y cuyo fin es meditar por la paz mundial.
FORMADORES
Al crecimiento de seguidores se le suma el número de escuelas de formación: instructorados y profesorados se multiplican, constituyéndose en una opción laboral.
La Escuela de Yoga Clásico y Científico Arturo García tiene 35 años de trayectoria. “El yoga es vivencia para poder transmitir, formamos instructores y profesores para que puedan transmitir la esencia de esta disciplina”, afirma el maestro Kake Peixoto. “Hace 15 años, cuando empecé a dar clases en el instructorado, tenía menos de 50 alumnos entre todos los turnos; hoy se inscriben unos 300 y terminan el curso entre 200 y 250”, señala Laura Salomone, quien dicta clases junto a Peixoto. Entre los cambios registrados en los últimos años, observan un aumento de la concurrencia de niños y adolescentes, y, entre las motivaciones, el aumento del estrés y las presiones en todas las edades. “Esta filosofía abarca a todos, por eso hay distintos tipos de yoga, más dinámicos, para meditar, kinesioterapéutico, al aire libre, para niños…”, agrega Salomone.
LOS CHICOS TAMBIÉN
Cada vez más institutos ofrecen clases para embarazadas, bebés y niños. “Tenemos un formato para mamás con sus bebés a partir de los tres meses. Y si bien no son los grupos más habituales, también para chicos a partir de los 2 años. Los más numerosos tienen más de 3 y llegan hasta los 12. El que le sigue es el de los adolescentes entre 13 y 17 años”, explica Sol Alonso, quien junto a Macarena Sanfillipo dirige el Centro Malva Yoga, que funciona en Parque Patricios, en la ciudad de Buenos Aires. “La mayoría de los chicos se acerca porque alguien de la familia que ya practica yoga quiere que sus hijos incorporen las herramientas. Un grupo más reducido acude como una especie de salvavidas, muchas veces por cuestiones de concentración, vinculares o dificultades en el colegio”, explica.
El yoga para chicos utiliza elementos, mandalas, música y diferentes materiales didácticos. “Esto crea una atmósfera de juego y relajación que les permite incorporar los beneficios de esta disciplina”, puntualiza Alonso, quien tomó su primera clase con una profesora amiga de su abuela cuando tenía 8 años. “Yo era muy miedosa y tímida –recuerda–. El yoga me animó a no tener vergüenza, me ayudó tanto que por eso me dediqué a enseñarlo”.
“Venimos trabajando para que se difunda en las aulas”. Kake Peixoto
Entre los beneficios, enumera: “En el ámbito de la mente: la concentración, la responsabilidad con uno mismo y con los otros, la voluntad, el descubrimiento de las propias capacidades. En el cuerpo: la conciencia del propio cuerpo, el de los otros y del espacio, la disminución del cansancio, la flexibilidad, la fuerza, el equilibrio, la reeducación de la postura y la relajación. Y en el ámbito de las emociones: la alegría, el buen humor, la diversión, la confianza y el aumento de la autoestima”.
En las escuelas donde se lo practica, todos coinciden en que ha dado muy buenos resultados. “Nosotros estamos siempre moviéndonos para que se difunda en las aulas, y desde hace varios años venimos trabajando en ese sentido”, asegura Kake Peixoto, desde el centro de enseñanza de yoga de la capital cordobesa. “Estos últimos años –agrega Laura Salomone–, tengo muchas alumnas maestras que van notando cambios positivos en los chicos cuando empiezan a sumar pequeñas herramientas en lo cotidiano”.
Para practicar esta disciplina no son necesarias grandes inversiones. Basta con un espacio libre, una esterilla o una manta, y el deseo y la decisión de hacerlo. Quizás se encuentre allí otro de los secretos de su eterna vigencia.
CAMINO DE FELICIDAD
“Un día, a los 32 años, me di cuenta de que estaba trabajando como un hámster, dando vueltas en una rueda, corriendo”, cuenta Jai Dewit, una norteamericana que vive desde hace 16 años en la Argentina. Estudió Administración de Empresas y Marketing en una universidad de Iowa. Así que decidió ahorrar lo suficiente como para viajar durante casi un año alrededor del mundo. Fue a la India y, a partir de ahí, cambió su vida. “Empecé a dar clases de yoga, y esto es una parte totalmente feliz para mí, todo lo que hago está conectado con lo que aprendí del yoga. Es un camino de felicidad y autoconocimiento”, dice con acento “gringo”. En pareja desde entonces con un argentino, Jai dicta clases y talleres de yoga, pilates mat y taekwondo en Villa Allende, en las Sierras Chicas de Córdoba. “El yoga no es una religión –aclara–, es una manera de encontrarse con uno mismo, de vivir en el presente”.