En la hora final, Domingo Faustino Sarmiento rememora su vida y ajusta cuentas con la historia.
Me critican. Me insultan.
Me difaman.
Hablan y me imputan calificativos.
Los más complacientes, ególatra, vanidoso. Los más excedidos, asesino.
No me arrepiento de nada. La historia me avala y la providencia me protege.
Nadie puede negar que empeñé mi vida por esta patria, que luché sin respiro por esta nación.
¡Ladren! ¡No van a amedrentarme!
No se dan cuenta, que cuanto más hablen los seguiré interrogando.
Siempre supe cuál era mi destino y todos estos años lo confirman.
Algunos me llaman “el loco”. Otros “Don Yo”. ¿A mí, que logré lo que muchos quisieron ser en sus vidas?… ¿A mí, que lo único que me faltó ser fue obispo y porteño?
Lo que nunca entendieron, lo que nunca van a comprender, es que para ser un hombre de Estado hay que saber guardar secretos, y después de todos estos años acumulé tantos que ya puedo montar una industria…
Estoy viejo…
Enfermo, caprichoso y viejo. Pero aún conservo intacta mi memoria y hasta donde recuerdo enemigos tuve siempre: la sombra de Quiroga, la tiranía de Rosas, la necedad de Urquiza, la pituquería barata de Alberdi, la simulada prosa de Hernández…
Ya los imagino en el futuro a esos profesores de historia argentina o de literatura preguntándose: ¿Conocía La Pampa en 1850? ¿Había visitado la isla Martín García? ¿Bajo qué género podemos calificar el Facundo: ensayo, literatura, sociología?
Me río.
Me anticipo hasta para reírme.
Fui poco dogmático tal vez como ojeó Echeverría, pero creí más que ellos en la civilización y en el progreso. Mientras los de Buenos Aires se reunían en la librería de Marcos Sastre, yo ya había padecido en exilio; mientras discutían con Pedro de Angelis, yo luchaba contra la tiranía.
Rosas lo advirtió cuando leyó mi libro: “¡Así se ataca, señores! A ver si alguno de ustedes es capaz de defenderme del mismo modo”, dijo.
¡Y así es como debía leerse mi Facundo! Como lo leen mis enemigos.
¿Qué importancia tiene la cita exacta? ¿La cantidad de estancias o amputar algunos capítulos?
Lo importante… ¿Qué es lo importante? La pasión que desatan las palabras.
¿Las últimas palabras del brigadier general habrán sido en inglés o en castellano? ¿Las mías serán en guaraní?
¿Habrá firmado sus cartas, yours sincerely, Mr. Rosas?… Y cuando sintió nostalgia de sus mazorqueros, de los gauchos y mulatos, ¿colgó en la solapa de lord Palmerston un crespón colorado?
Pasaron casi treinta años de la caída del farmer y ya no nos quedan excusas.
¿Los argentinos estaremos condenados a la fatalidad o aún tenemos elección?
Rosas, siempre Rosas. Se llevó a Southampton un arcón lleno de papeles. Papeles no. Documentos de Estado. Claro que nunca reconoció la diferencia entre lo público y lo privado. El país era su estancia y él, su frontera.
Rosas fue el mal… la tortura… el terror…
Rosas fue más que un hombre perturbado. Podía divertirse haciendo que un imbécil se calzara un par de botas llenas de brasas o que se sentara con el culo al aire en un hormiguero a comer dulces.
Gustavo J. Nahmías
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña como profesor en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y en la Universidad de José C. Paz. Es autor de varios artículos y ensayos, y de los libros La batalla peronista. De la unidad imposible a la violencia política 1969-1973 y Alma de bandoneón, dedicada a Aníbal Troilo. Escribe en diarios y revistas de crítica cultural.
El inmortal
Editorial Edhasa