“La memoria es sagrada para la pintura. No solo se llevan bien, sino que se retroalimentan y son el cuerpo de nuestras experiencias. Acudimos a ella para sostener nuestra visión del mundo. Depende de la memoria la posibilidad de ahondar el contenido de nuestras obras, y, a su vez, deja rastros profundos en nuestra pintura futura”, dice el reconocido pintor Carlos Alonso.
Desde abril exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), en Buenos Aires, la muestra Pintura y memoria, una retrospectiva sobre su obra que le provoca sentimientos diversos y lo pone a reflexionar sobre la extensión de la vida y del trabajo. “Lo vivo como un hecho afortunado, porque es un país donde muchos artistas quedan sumergidos en el olvido, los museos no crecen y el Estado nacional no compra obras, entonces el aporte que pudieron haber hecho no se suma al bien común”.
Su producción tampoco tuvo la atención merecida y cree que fue por las temáticas, “hay grupos de poder a los que les molesta que se desnude la realidad”.
Alonso tiene 90 años y no siente esta exhibición como un homenaje, “porque es una palabra mortuoria”, ni como una reivindicación de su trayectoria: “Siempre he podido pintar lo que imaginé y me propuse, muchas veces a contracorriente. Sabiendo que la rebeldía trae respuestas duras, pero también gratificantes”. Anhela que la muestra pueda recorrer el país.
- ¿La última muestra que viste?
La sala de arte precolombina del MNBA.
- ¿Un artista que recomiendes?
Edvard Munch, porque con su cuadro El grito sintetizó al hombre de hoy.
Pintura y memoria
Cuenta con 60 obras producidas durante su medio siglo de carrera. Entre ellas se encuentra la reconstrucción de la instalación Manos anónimas.
Hasta el 14 de julio, de martes a domingos, de 11 a 20, en Museo Nacional de Bellas Artes, Av. Del Libertador 1473, Buenos Aires.