Los juguetes simples, una ventana al mundo

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Expertos en infancias y educación consideran que los juguetes más simples favorecen la creatividad de los chicos. Con el acompañamiento de adultos dispuestos a jugar, una piedrita y una pluma pueden transformarse en una aventura. 

Fotos: IStock

Una cesta con cucharas, esponjas y una bolsita de cascabeles puede ser para un niño pequeño el mejor de los regalos, porque, además de ser atractivo, le permitirá aprender, expresarse, potenciar la curiosidad y comprender el mundo diverso en sonidos, en colores, en texturas, en temperaturas y tamaños.

No es casualidad: está demostrado que los juguetes más simples ayudan a impulsar mentes creativas y a descubrir el entorno. Según las corrientes vinculadas con las neurociencias, los objetos sencillos también contribuyen al desarrollo cognitivo.

“Parto de la concepción de que el juego es la forma principal de aprendizaje del niño: de que su vida debe transcurrir entre momentos de juego, la comida y el baño, y de que sus movimientos y su emocionalidad deben estar atravesados por el juego como búsqueda, exploración, comunicación, cimiento, límite, respeto por sí mismo y por los demás”, opina Ana Seguí, integrante de la Agrupación Abriendo Rondas (IG: @abriendorondas).

Para ello, considera Seguí, los niños deben tomar contacto con objetos de diferentes texturas, temperatura, peso y flexibilidad que provocan distintos tipos de movimiento y sonidos que ofrecen experiencias diversas.

Esos objetos simples permiten construir conocimientos en relación con el mundo que los rodea. 

Por eso no es extraño que a un niño a veces le interese más la caja que envuelve un juguete que el juguete mismo. 

Patricia Sarlé, doctora en Educación por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), explica que los juegos y los juguetes para los más chiquitos, especialmente los bebés y niños de un año, están relacionados con las posibilidades que tienen para hacer y conocer. 

Cuando los pequeños comienzan a extender los brazos, a emitir sonidos, a mover y tratar de girar su cabeza siguiendo los ruidos y señalando lo que quieren alcanzar, requieren objetos que les permitan la exploración. 

“Tienen que ser fáciles de manipular, con diferentes texturas, no solamente de plástico; y deben ser ricos en sonidos”, insiste Sarlé. 

Cuando los bebés empiezan a sentarse y a descubrir el entorno con todos sus sentidos, los elementos más sencillos son suficientes para que observen, toquen y conozcan variadas superficies y formas. Esa es la premisa con la que la pedagoga inglesa Elinor Goldschmied, pionera en la educación y el cuidado de la primera infancia, ideó lo que se conoce como “la canasta de los tesoros”.

“Se trata de una cesta del tamaño de una palangana, que puede ser de mimbre, que no le ofrezca dificultades ni riesgos, a la que el niño pueda acceder”, explica Sarlé. 

La canasta es más que un juguete: es un abanico de oportunidades para que el niño tome decisiones, descubra sus sentidos y desarrolle habilidades en un entorno seguro para su edad. 

“Se meten adentro diversos objetos: una esponja vegetal, una cuchara de madera, una cuchara de metal, una bolsita con cascabeles, un rulero grande, una tapa de las viejas latas de galletas que reflejan el rostro”, enumera Sarlé. 

Los materiales, subraya, tienen que ser fáciles de manipular y de lavar. Además, deben ser objetos que, al tomarlos, succionarlos o golpearlos, no representen un peligro y que les permitan percibir diferentes propiedades de forma táctil, olfativa y visual. Por eso el plástico solo no alcanza.

“La cantidad, la variedad de materiales (madera, tela, cartón, metal), la procedencia (artesanal, natural), las formas, los tamaños, los colores y las texturas de los objetos que les ofrecemos posibilitan experiencias variadas y proponen aprendizajes diversos y necesarios. También es importante el modo en el que se los ofrecemos, los tiempos, los espacios, las condiciones, la frecuencia”, aporta Seguí, en la misma línea.

En todos los casos, se requiere un adulto disponible. 

Sarlé advierte que cuando los bebés empiezan a desplazarse, a gatear o a caminar necesitan objetos que acompañen los movimientos: pelotas, carritos para llevar o una simple botella atada con un hilito, globos poco inflados para que no se les rompan o pompones. 

“Todo lo que les permita el arrastre o el hacer rodar mientras están caminando forma parte de sus intereses”, remarca. Son útiles los “zapatos” para montarse e impulsar con los pies, aunque no los andadores, que están absolutamente desaconsejados por los pediatras por el riesgo que representa aprender a correr antes que a caminar.

En esa etapa de la infancia también es recomendable acercarles objetos para trabajar la idea de continente-contenido. Es decir que si les habíamos dado cucharas para jugar, ahora les podemos acercar algún pote para poner las cucharas dentro o una botella de plástico vacía para introducir sorbetes o cintas que se puedan poner y sacar. “En las jugueterías van a encontrar materiales de encastre, pero eso lo podemos hacer sencillamente en casa”, sugiere Sarlé.

Entre los 13 y los 15 meses, los niños comienzan con el juego simbólico, a representar lo que conocen (hacen, por ejemplo, que los muñecos coman, duerman, paseen). 

“Cuando el juego simbólico se afianza a los 18 o 24 meses, los chicos adquieren la capacidad de representación o simbolización; se hace más potente todo lo que tiene que ver con el ‘como si’ y ahí todos los juguetes que conocemos son válidos”, opina Sarlé. 

Los juguetes para superponer son de gran utilidad en esta etapa: los más chiquitos pueden usar bloques de esponjas; y los más grandes, maderas pequeñas, bloques para articular, de encastre o ladrillos tipo Rasti.

“En la primera infancia, lo predominante es el juego simbólico, donde el juguete es el soporte de los significados internos que proyectan al mundo externo”, explica Nora Dolagaray, psicopedagoga y magíster en Salud Maternoinfantil. 

La experta remarca que el niño saca contenidos afuera o los carga de sentido en un juguete cuando tiene algún malestar que no puede resolver. Jugando, dice Dolagaray, repara todos los daños y las angustias que eso le provoca. Cuando juega, exterioriza los significados.

“Lo que ocurre es que esta idea se contrapone con lo que piensa la comunidad. La gente les compra juguetes a los chicos para entretenerlos, y la mejor manera de entretenerse con un juguete demasiado complicado es desarmarlo. Cuanto más no figurativo es el juguete, más posibilidades tiene de proyectar sus simbolismos personales”, subraya la psicopedagoga. 

Dolagaray considera que cuando la neurociencia vincula el juego con las habilidades cognitivas habla desde otro paradigma. “En la primera infancia eso no es jugar, es trabajar, es enseñarle”, opina.

Desde su experiencia como docente y artista, Ana Seguí –que elige los lenguajes del arte como materia y material de aprendizaje– ha descubierto que todos los juegos que involucran el cuerpo desde lo físico y lo afectivo, el movimiento en toda su amplitud y dirección, y la voz, posibilitan la expresión y la comunicación.

“En la actualidad existe una variedad inmensa de juguetes. Elijo los que permiten que sea el niño el protagonista del juego”, consigna la educadora.

Los adultos deben acompañar la experiencia y estar atentos a las búsquedas y necesidades de los niños y también a sus tiempos. “Se trata de que tengan todo a su alcance, pero no de cualquier manera, que el modo de disponer los objetos en el espacio invite al juego teniendo en cuenta sus posibilidades de desplazamiento e interacción; que no estén todos juntos, ni muy cerca, ni muy altos ni muy bajos”, puntualiza Seguí.

Los juguetes pueden estar en estantes, canastos, cajoncitos o percheros. Seguí remarca que es importante que estén a la vista, pero que también los tengan que buscar, que elijan lo que quieren, que planifiquen su juego, considerando que es aprendizaje en las primeras edades.

Bajo esta premisa, los chicos deben tener a disposición variedad de posibilidades, porque, por ejemplo, algo redondo de madera no es lo mismo que otra cosa de la misma forma pero de tela. Una pelota de madera es pesada, rueda con más facilidad, tiene una temperatura y una textura muy distinta a una pelotita de metal, a una de tela o de yute, que es áspera, que no rueda tanto, pero ofrece otras posibilidades de juego. El rebote de cada una de ellas también es diferente.

“Cualquier cosa es un juguete para ellos siempre que ofrezca un aprendizaje y lo pongan a jugar: un trapito, una semillita, piedritas, todos los objetos naturales, palitos, arena, las cajas de cartón, las latitas. Hay muchos objetos y juguetes artesanales e industriales que son interesantes: los que tienen sonido, los que ofrecen diversas interacciones, desafíos y otras invitaciones para los niños”, concluye. 

SIMBÓLICO O REGLADO

Nora Dolagaray, psicopedagoga y magíster en Salud Maternoinfantil, explica que al hablar de juegos o de juguetes es necesario determinar si el juego es simbólico o reglado con normas, como pueden ser los juegos de mesa para niños mayores de ocho años. 

“Si el juego es con normas, va a desarrollar más habilidades en la medida que comparta con los demás. Este tipo de juegos favorece la socialización, competir, llegar a acuerdos”, remarca Dolagaray.

En la primera infancia, en tanto, es primordial el juego simbólico, que permite representar en el mundo real lo que acontece en el interior.