Vanesa Dalla Costa: Creciendo en comunidad

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Comenzó haciendo delivery de verduras desde su casa, y hoy tiene cinco sucursales en las que emplea exclusivamente a mujeres con sus historias de vida como principal currículum.

Foto: Pato Pérez.

Con cinco sucursales y más de treinta personas a cargo, Vanesa Dalla Costa siente, en simultáneo, el peso de un par de decenas de familias cuyo sustento depende de que ella consiga mantener en funcionamiento la cadena de verdulerías que construyó, y el orgullo de que aquellos cinco cajones con los que comenzó se hayan convertido en mucho más que un trabajo. 

Las Chicas, además de un negocio, es sobre todo un espacio de contención, una declaración de principios y un apoyo comunitario. La verdulería, ubicada en la provincia de Buenos Aires (con sucursales en San Martín, Ramos Mejía y Caseros), está conformada íntegramente por mujeres y tiene una sensibilidad social que hace que cotidianamente se realicen donaciones a comedores de la zona.

Mientras cursaba el embarazo de su hijo, que hoy tiene trece años, junto a su pareja de entonces incursionó por primera vez en el rubro. Al terminarse la pareja, decidió continuar un rumbo diferente. Años más tarde, al ver a su ex en una situación económica complicada, se propuso ayudarlo. En los tiempos libres de su trabajo principal, en el Hipódromo de Palermo, vendía papas en la calle con él. Luego, renunció a su trabajo y montaron un local que sostuvieron durante cuatro años, hasta que el vínculo laboral también se hizo imposible.

En plena pandemia, Vanesa se las rebuscó: compró verduras, apiló cajones en la casa que compartía con su mamá y su hijo, y ella misma hacía las entregas a domicilio en su propio auto. La demanda creció y, entonces, su hermana Juliana se incorporó al proyecto. No estaba en el horizonte todavía abrir un local ni tampoco habían desarrollado el concepto feminista que hoy identifica al lugar. Fue la necesidad de devolverle el orden al hogar, ya completamente invadido por cajones de verduras, lo que motivó la búsqueda de abrir la primera sucursal.

La demanda continuó en ascenso, y las hermanas no conseguían organizarse para poder afrontar la situación. Una clienta, que compraba lechuga y tomate para los sándwiches de milanesa que vendía en la calle, las escuchó mientras debatían la posibilidad de tomar gente, y se ofreció. “Desde el principio, tenía decidido que solo íbamos a contratar mujeres. Primero, por una cuestión de higiene y orden, porque por mi experiencia laboral solemos mantener en mejores condiciones los locales. Pero también pensé que casi siempre somos las mujeres quienes nos ocupamos de los hijos, de sus cuidados y de mantener la casa. Les di prioridad a las madres solteras, porque en este lugar podríamos acompañarnos y cubrirnos mutuamente para ir a una reu-nión, para atender cuando se enferma un hijo o un familiar, para ir a un acto y esas cosas que en otros trabajos no se contemplan”, explica Vanesa.

Comenzaron a llegar, entonces, mujeres que no solo implicaban la cobertura de una vacante, sino que eran historias de vida que se entretejían. Algunas chicas sostenían vínculos de pareja tóxicos solo porque la dependencia económica les impedía alejarse de alguien a quien ya no querían y que, en algunos casos, era violento. Las Chicas se convirtió en el primer empleo para madres solteras o separadas. Abrigar esas necesidades se volvió un objetivo para Vanesa: “Pienso en abrir sucursales ya no por una cuestión económica, sino para ayudar a más chicas. Nosotros no somos una ONG y no resolvemos directamente ninguno de sus problemas, pero les damos un puesto de trabajo y somos accesibles para abordar cualquier situación que puedan pasar”.

El compromiso con la comunidad se extendió también a la colaboración con tres comedores de la zona, a los que se les dona mercadería recurrentemente. Además, Vanesa asegura que sostiene márgenes mínimos indispensables de rentabilidad para poder ofrecer mejores precios en medio de la crisis económica. “Con pagar los sueldos, incluyendo el mío, creo que es suficiente. Trato de ayudar al bolsillo del otro, que la gente pueda seguir comiendo. Los jubilados tienen descuentos especiales incluso”, cuenta.

Por todo esto, cuando se detiene a pensar en el camino recorrido y el crecimiento alcanzado (ejercicio que en lo cotidiano no sucede, pero que las entrevistas invitan a realizar), suspira con orgullo.